domingo, 12 de abril de 2020


LECCIONES DEL CV-19
Pasan los días de confinamiento y algo se torna cada vez más claro. La pandemia enseña, instruye, nos guste o no nos guste, sobre todo a aquellos que la comodidad de la rutina impide aceptar lo evidente por abulia o por interés o por ignorancia o por dinero fácil o por holgazanería. Es gracias a la crisis que vivimos que sentimos en carne propia una realidad incuestionable: el mundo global se sustenta, se apoya, subsiste, sobrevive y funciona gracias a la economía real, es decir, al sector productivo de bienes y servicios necesarios para la supervivencia de la comunidad global. El mundo global no sobrevive gracias a los organismos internacionales, ni a las ONG´s, ni a los observatorios, ni a los grupos de consultorías y asesorías que abundan y sobran. Sin embargo, tal como lo resume Aristóteles: lo mismo que a los ojos de los murciélagos ofusca la luz del día, lo mismo a la inteligencia de nuestra alma ofuscan las cosas que tienen en sí mismas la más brillante evidencia. Pero la Pandemia no perdona ni a ricos ni a pobres, y mete las manos al bolsillo de toda la población, sin distingo de raza, color, condición social o nivel económico. La Pandemia desnuda y transparenta la triste condición de nuestros países, especialmente la ignorancia, la pobreza y la sobreabundancia y debilidad de nuestras instituciones.
En efecto, gracias al sector productivo se genera valor agregado que tiene como contrapartida la generación de ingresos ya sea bajo la forma de utilidades, sueldos, salarios, y pagos por servicios profesionales, lo que a su vez nos permite consumir, ahorrar e invertir, exportar y generar divisas o recursos para la importación de bienes y servicios provenientes de otros países, se trate de bienes de consumo, materias primas y bienes de capital necesarios para el funcionamiento del sistema productivo.
Adicionalmente (y sorprende la ignorancia o concepción equivocada que existe sobre este particular) de los ingresos que se generan y perciben del sector real de la economía se transfieren recursos a las instituciones del sistema político-administrativo (diferenciando la instancia política de la instancia administrativa o burocracia) para su funcionamiento, ya sea bajo la forma de impuestos sobre las utilidades, impuestos sobre los sueldos y salarios (el impuesto a la renta) y los impuestos indirectos (IVA, o impuesto sobre el valor agregado) que también se transfieren al adquirir bienes y servicios, es decir, que las instituciones del sistema político-administrativo operan, subsisten, funcionan y sobreviven,  gracias a los recursos que se transfieren desde los agentes económicos llámense familias y empresas, para, como contrapartida, retribuir este esfuerzo bajo la forma de bienes y servicios en educación, salud, seguridad interna y externa, y aspectos relacionados con el orden civil y penal para el buen funcionamiento y supervivencia de la sociedad. Lo mismo se aplica para los ingresos petroleros que pertenecen a todos y aquellos que provienen del endeudamiento externo, pues, a final de cuentas, es la sociedad la que soporta dichas cargas al honrar todos los compromisos adquiridos, a veces sin su propio conocimiento o aprobación.
Resulta entonces paradójico, que el nivel de sueldos y salarios del comúnmente llamado sector público sea superior al nivel de sueldos y salarios de las empresas y del sector productivo en general, lo que significa, que quienes financian al sistema político-administrativo ganan menos que los que “trabajan” en estas instituciones, cuya eficiencia deja mucho que desear cuando se presentan estados de crisis como la que vivimos actualmente, puesto que en estos casos se demuestra o se pone a prueba la capacidad de acción o de respuesta que tienen dichas instituciones para atender los requerimientos de la sociedad. En pocas palabras, con la crisis actual  se evidencia aquel fenómeno que ya Michel Crozier denominó hace alrededor de cincuenta años como el círculo vicioso de la burocracia. Es decir, las instituciones funcionan para sí mismas, para mantener privilegios de los que forman parte de ellas, no para cumplir con los objetivos que legitimaron su creación, pues tales objetivos se convierten en objetivos aparentes para justificar la continuidad del espolio. Durante los últimos treinta años, las evidencias sobran para comprobar la veracidad de dicha tesis.
Lamentablemente, tal como lo menciona Arturo Pérez Reverte en uno de sus tuits: escucho a los políticos y pienso que a los sitios de responsabilidad hay que llegar aprendido, y no aprender después de llegar. Las intenciones no bastan. Los puestos deben ocuparlos los mejores, no por militancia ni amistad.
Meritocracia, es lo que debe regir entonces en la gestión pública y privada, meritocracia, por el interés individual y colectivo.
Lo anterior nos lleva a la siguiente interrogante: ¿Es suficiente y satisfactorio el buen funcionamiento del sistema productivo y la generación y crecimiento del valor agregado? Evidentemente que no, porque la redistribución justa de la riqueza producida y la prestación de servicios públicos tienen que ir de la mano en función del bienestar y supervivencia de nuestras sociedades. Se trata evidentemente de una justa remuneración de los factores de la producción que intervienen en la generación de valor agregado y de una prestación eficiente de los servicios públicos, condición indispensable para el bienestar de todos los ciudadanos. Insisto, de todos.
¿Cómo conseguir entonces ese sano equilibrio? Primero, con esfuerzo, compromiso, civismo y productividad individual. Segundo, con alineamiento (no sometimiento ni subordinación) de los objetivos individuales con los objetivos y reivindicaciones colectivas, es decir, alineamiento entre objetivos y aspiraciones individuales y sociales. Tercero, garantizar las mismas libertades y derechos para todos los ciudadanos, es decir, goce pleno de libertades y derechos sin distinciones, como una forma de ser, como una forma de vida. Cuarto, modificar radicalmente los patrones de consumo que profundizan la contradicción entre el utilitarismo desenfrenado y la conservación de los recursos naturales ya depredados. Existen claras evidencias que la conservación de la naturaleza y del medio ambiente están en total disonancia con un capitalismo salvaje (e insisto en lo de “salvaje”) que contamina, explota irracionalmente los recursos naturales y genera desperdicios. Sobre esto último, Carl Sagan nos advierte sobre la falta de educación sobre este y otros aspectos: Es peligroso y temerario que el ciudadano medio mantenga su ignorancia sobre el calentamiento global, la reducción del ozono, la contaminación del aire, los residuos tóxicos y radiactivos, la lluvia ácida, la erosión del suelo, la deforestación tropical, el crecimiento exponencial de la población. Finalmente y como quinta y última consideración y mensaje de la crisis, la Pandemia nos enseña como los virus o microorganismos se transforman y amenazan nuestra civilización global, especialmente, por la falta de recursos destinados a la investigación científica en general y sobre los aspectos de salud en particular, donde se enfrentan la evolución microbiana versus el conocimiento y capacidad de acción de los seres humanos, con altas probabilidades de perder el enfrentamiento por parte de estos últimos. En pocas palabras, los presupuestos para el área de la salud son escasos, subvalorando por irresponsabilidad o interés el gran aporte de la ciencia para descubrir el mundo secreto de la vida.
En conclusión, la crisis actual nos demuestra con crueldad las múltiples falencias de nuestras “democracias presidencialistas” y su incapacidad para atender los requerimientos de la ciudadanía ni en situación de “normalidad” peor en tiempos de crisis. Nuestras sociedades se pierden en la comodidad de élites y gobernantes y en prioridades equivocadas alejadas del bienestar material y espiritual de la ciudadanía, incapaz, esta última, de ejercer un control efectivo sobre la gestión de los gobiernos y sistemas productivos. Ya lo explican claramente Norberto Bobbio y Hannah Arendt  cuando se refieren, el primero, a la democracia como “poder en público”, mediante mecanismos (muy importante) que obligan a los gobernantes a tomar decisiones perceptibles, transparentes, que los gobernados conozcan, o como lo expresa el mismo Bobbio: que permitan a los gobernados ver cómo y dónde se toman dichas decisiones. Someter a los poderes a la obligación de buscar la justicia y la razón ante los ojos de todos, pues El poder invisible se vuelve un pretexto, una amenaza intolerable que debe ser combatida por cualquier medio. Donde existe un tirano, hay un complot, y si no lo hay, se inventa. O la idea de “ciudadanía activa” de Hannah Arendt, del compromiso cívico y la deliberación colectiva sobre aquellos temas que afectan el bienestar de la comunidad, cuya práctica desarrolla capacidades de juicio y, mediante la acción coordinada controlar y conseguir mayor eficiencia del sistema político-administrativo. Se trata de que otros vean lo que vemos y que escuchen lo que escuchamos para conocer la realidad del mundo y de nosotros mismos. Es el debate en público, la importancia del debate, tal como lo advertía Pericles hace más de 2.500 años: no es el debate lo que supone un peligro para la acción, sino el no informarse por medio del debate público antes de proceder a lo necesario mediante la acción Y sobre esto último Bobbio nuevamente impacta en el centro, y advierte: Como se ve, la concepción absolutista del poder se acompaña de una concepción absolutista del saber,  un saber impuesto que aliena, domina, corrompe y promueve la ignorancia, una llaga incurable y dolorosa en toda América Latina con el arraigo de dictaduras, del populismo y pobrismo en todas sus dimensiones. 
El fuerte campanazo del CV-19 nos trae a la memoria aquella advertencia que hacía Maquiavelo hace más de quinientos años atrás, y no podemos ignorarla:  
El Príncipe (el Estado), debe hacerse temer de tal modo que si no consigue el amor, al menos evite el odio, porque es perfectamente posible ser temido y no odiado…….Pero, sobre todo, debe abstenerse de tocar los bienes de los demás, porque los hombres olvidan antes la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio…….y aquel que comienza a vivir con rapiña siempre encuentra alguna razón para apropiarse de lo que pertenece a otros. Por el contrario, los motivos para matar a alguien son más raros y duran menos.

lunes, 9 de marzo de 2020


IGNORANCIA, ANACRONISMO Y CEGUERA

La pérdida de objetividad, el estilo y la práctica de la clase política, impiden su renovación y adaptación a los cambios globales. La meritocracia no funciona. Lamentablemente, esto se produce en ciertos sectores de los países más desarrollados y peor aún en nuestra América latina, donde la pérdida de sensibilidad de políticos y ciudadanía frente a principios y valores democráticos impide eliminar y tirar a la basura la política artificiosa y anacrónica de sectores entroncados en modelos (políticos y económicos) harto fallidos. Vale mucho más estar bien “enchufados” e informados que estar científicamente educados. El micrófono y estímulo de las emociones valen mucho más que los planteamientos debidamente formulados, planificados y programados.              El dinero fácil, el arribismo y el cinismo verbal están en la cúspide de la fama.

Las actuales generaciones, más que valorar ideas o formas de vida, valoran las redes, los celulares, el i-mail, la nube, el Facebook, y las compras por internet. La lealtad la lucha y la supervivencia empresarial, el humor fino, la ironía creativa y seductora, el dialogo cara a cara, la convivencia pacífica, el calor humano, el debate en público y todo lo demás, es decir, la vida en comunidad, es un fastidio, y la familiar, también. La sobrepoblación, el sobreconsumo, el sobrepeso, el sobregiro, el sobreendeudamiento, el sobrecosto de la vida, el sobretiempo, la sobrecarga impositiva, la sobrecarga emocional, la sobrecarga ambiental (basura, excrementos de perro, ruido y smog), el sobredimensionamiento de la burocracia, la sobrefacturación, el sobreseimiento pactado, el sobreprecio, la sobrecomodidad, la intoxicación, el diagnostiquismo crónico, la información contaminada, la endogamia económica y la endogamia política, están como siempre en la vanguardia. Finalmente, el sobrecirco mediático y deportivo se roban las emociones, desvían la atención y están siempre en primera plana. Panorama completo

En nuestra civilización postmoderna, los efectos importan más que las causas, el fin importa más que los medios y el juego de la vida ha perdido sus reglas. Por más que sigan vigentes, nadie las respeta; ni al semáforo, ni al peatón, ni al paso cebra, ni al pago de impuestos, ni al dinero ajeno, ni al dinero público, ni al matrimonio y sus obligaciones, ni a las creencias, ni al tradicional buen vestir, ni a los códigos, ni las leyes, ni la constitución, ni a los tratados y regímenes internacionales, ni a la mujer, ni al chino, ni al indígena, ni al mestizo, ni al negro, ni al inmigrante. Todo depende de cómo afecte, me convenga, me beneficie o haga daño (de ahí los bondadosos defensores de estas causas que las convierten en una forma rentable de vida), especialmente al yo, a mí, y no a la comunidad, “hogar del sujeto individual” según Torres-Rivas, de la que forma parte y de la que podría beneficiarse como elemento asociativo del conjunto que nace y se fortalece con la sociedad civil a la que pertenece, si actuáramos con ética y profesionalismo.

El respeto y valoración de los mayores, el orgullo ancestral, la solidaridad familiar, el trabajo digno, la remuneración justa, la honradez y la palabra de honor se han perdido. Son cosas que  avergüenzan y motivan indiferencia, son cosas ajenas al da a día que provee, al patrón de consumo que me mide, a la informalidad que facilita, al esfuerzo que no exige, y al descanso del guerrero. Se vive irresponsablemente frente a la muerte. Todo esto se vislumbra “chungo” diría Pérez-Reverte. La lucha por la libertad, la coexistencia con libertades ajenas, la libertad política que protege, son cosa del pasado (si es que existieron realmente esas libertades). Las leyes mueren y la libertad muere con ellas; gobiernan entonces los hombres, la voluntad arbitraria y el despotismo, desplazando al gobierno de las leyes.

La política tradicional no atrae, el pobrismo no engancha (salvo algunos países sometidos a la ignorancia, miseria y/o al terror) y el diagnostiquismo se descubre inepto y arribista, falto de visión y creatividad. Aunque políticamente correcto, se pierde en el engaño y el incumplimiento. La vieja estrategia (si es que alguna vez hubo alguna) que  funcionaba comienza a desencantar y apesta
Las sorpresas y realidades están a la vista, no de los ciegos cuenteros y comecuentos que no ven porque no pueden ver, ni se explican porque no razonan, ni evolucionan porque no saben o no quieren  cambiar. Las nuevas estrategias políticas (que no son populistas ni políticamente correctas) no están a su alcance, no son previsibles, desconciertan, no se proyectan, sorprenden, son camaleónicas, despistan, pero generan resultados y eso gusta, porque se palpan, se trabaja, se gana, se consume, se gasta, y eso incomoda al burócrata, al analista charlatán, al florero de comedor, al guaperas, al corrupto y al ladino. Y Trump lo sabe, y lo capta muy bien, porque el empresario, el competidor, el que sucumbe y se levanta, el que lucha en el mercado y arriesga su propio pellejo, el que apuesta y gana, y pierde, y vuelve a ganar o a perder también, ese, lo sabe y lo entiende. El mundo se emociona y se mueve por resultados, que hay que saber alcanzar, sin mostrar el camino, sin dejar huellas, creando a veces confusión, y eso es estrategia ganadora, por más que brinquen y relinchen como caballo viejo los que han vivido del cuento, porque conocer y dominar esa estrategia implica experiencia empresarial donde predomina el trabajo, la inversión ,el riesgo, la creatividad, las decisiones rápidas y oportunas (no burocráticas y leguleyas), el esfuerzo y la capacidad de supervivencia en un mundo altamente competitivo mediante una nueva estrategia ganadora, pues vivimos en un mundo globalizado, y si nos gusta bien, y si no nos gusta, también. Tal como lo manifiesta Sun Tzu en “El arte de la guerra”, “Una empresa militar requiere del engaño. Por esta razón un estratega competente debe parecer incapaz y, a pesar de ser efectivo, debe aparecer como todo lo contrario”. Y este principio lo ha consolidado Trump y han colaborado sus propios adversarios quienes lo acusan de racista, vulgar, impredecible, y crítico de las agencias de inteligencia, con la complicidad y colaboración inconsciente de los medios de comunicación a quienes el presidente acusa de propagar noticias falsas. Y entonces, el presidente lo consigue, pues adquiere el primer lugar en los noticieros y medios de comunicación privados.

Que la estrategia política empresarial no es políticamente correcta, que no es necesariamente artificiosa, que no promociona el pobrismo, que estimula la innovación y el crecimiento individual y colectivo, que sataniza la burocracia pública, que exige poder trabajar y combate el clientelismo, que no es previsible, es cierto. Y eso precisamente, incomoda, molesta a la Nomenclatura estatal, y a los aspirantes a ser incorporados al servicio de la misma, porque no pueden contra ella. El nuevo alineamiento estratégico entre ENTORNO (mercado, votantes, ciudadanos, organizaciones, normas, etcétera), CONTEXTO (objetivos, tecnología, etcétera) y ORGANIZACIÓN INTERNA (liderazgo, sistema de gestión, estructura interna, cultura laboral, recursos humanos y financieros, etcétera) que invade al Estado y neutraliza lo político responde a poderes y técnicas empresariales. Se trata de una revolución gerencial que reivindica principios de eficiencia para satisfacer el entorno y captar y mantenerse en el poder. Hablamos de dogmas gerenciales que consolidan un gobierno algorithmico hacia un Cyber-Leviathan corporativo que tecnifica lo político y desplaza el pobrismo, captando el interés y la real aprobación del ciudadano, proveyendo lo que importa en la actualidad, lo que se valora hoy en día, en nuestro mundo global postmoderno.

Nos guste o no, estemos o no estemos de acuerdo, son las nuevas generaciones quienes formulan sus propias reivindicaciones y establecen prioridades. Ellas constituyen el gran mercado electoral con sus gustos y valores,  y a pesar del desarrollo global y la tecnología moderna y la poderosa Diosa Razón, la naturaleza muestra su cara y su poder y desnuda la fragilidad del sistema vigente ( producto-ingreso-consumo-inversión-crecimiento y más consumo) y pone en jaque a la humanidad entera, donde un virus, en pocas semanas y meses, provoca  inestabilidad y crisis con caída de las bolsas, reducción drástica de los precios del petróleo, reducción de la demanda agregada global, desaceleración de la economía global, desempleo y crisis social. En un mundo de interdependencia cada vez más compleja, los países menos desarrollados se muestran incapaces de sanear sus finanzas públicas, de fomentar la productividad y generación de valor agregado, y de estabilizar sus balanzas de pagos.

¿Cuál será el resultado final? En el corto plazo, adicional al problema de sanidad pública, los índices macroeconómicos (crecimiento, desempleo, inflación, índices de pobreza, etcétera) continuaran en franco deterioro acompañado por el impulso alarmista y/o interesado de supuestos analistas y medios, y todas sus consecuencias de orden político y social. En el largo plazo, habría que consultar con Carl Amery y la Reina Cruel de toda sabiduría, a ver si Drácula sale del sótano y se impone nuevamente la política del Lebensraum (Espacio Vital) y el Planet Manager para llegar al final de la cadena de la selección.