IGNORANCIA, ANACRONISMO Y CEGUERA
La
pérdida de objetividad, el estilo y la práctica de la clase política, impiden
su renovación y adaptación a los cambios globales. La meritocracia no funciona.
Lamentablemente, esto se produce en ciertos sectores de los países más desarrollados
y peor aún en nuestra América latina, donde la pérdida de sensibilidad de
políticos y ciudadanía frente a principios y valores democráticos impide
eliminar y tirar a la basura la política artificiosa y anacrónica de sectores
entroncados en modelos (políticos y económicos) harto fallidos. Vale mucho más
estar bien “enchufados” e informados que estar científicamente educados. El
micrófono y estímulo de las emociones valen mucho más que los planteamientos
debidamente formulados, planificados y programados. El dinero fácil, el arribismo y el cinismo verbal están
en la cúspide de la fama.
Las
actuales generaciones, más que valorar ideas o formas de vida, valoran las
redes, los celulares, el i-mail, la nube, el Facebook, y las compras por
internet. La lealtad la lucha y la supervivencia empresarial, el humor fino, la
ironía creativa y seductora, el dialogo cara a cara, la convivencia pacífica,
el calor humano, el debate en público y todo lo demás, es decir, la vida en
comunidad, es un fastidio, y la familiar, también. La sobrepoblación, el
sobreconsumo, el sobrepeso, el sobregiro, el sobreendeudamiento, el sobrecosto
de la vida, el sobretiempo, la sobrecarga impositiva, la sobrecarga emocional,
la sobrecarga ambiental (basura, excrementos de perro, ruido y smog), el
sobredimensionamiento de la burocracia, la sobrefacturación, el sobreseimiento
pactado, el sobreprecio, la sobrecomodidad, la intoxicación, el diagnostiquismo
crónico, la información contaminada, la endogamia económica y la endogamia
política, están como siempre en la vanguardia. Finalmente, el sobrecirco
mediático y deportivo se roban las emociones, desvían la atención y están
siempre en primera plana. Panorama completo
En
nuestra civilización postmoderna, los efectos importan más que las causas, el
fin importa más que los medios y el juego de la vida ha perdido sus reglas. Por
más que sigan vigentes, nadie las respeta; ni al semáforo, ni al peatón, ni al
paso cebra, ni al pago de impuestos, ni al dinero ajeno, ni al dinero público,
ni al matrimonio y sus obligaciones, ni a las creencias, ni al tradicional buen
vestir, ni a los códigos, ni las leyes, ni la constitución, ni a los tratados y
regímenes internacionales, ni a la mujer, ni al chino, ni al indígena, ni al
mestizo, ni al negro, ni al inmigrante. Todo depende de cómo afecte, me convenga,
me beneficie o haga daño (de ahí los bondadosos defensores de estas causas que
las convierten en una forma rentable de vida), especialmente al yo, a mí, y no
a la comunidad, “hogar del sujeto individual” según Torres-Rivas, de la que
forma parte y de la que podría beneficiarse como elemento asociativo del conjunto
que nace y se fortalece con la sociedad civil a la que pertenece, si actuáramos
con ética y profesionalismo.
El
respeto y valoración de los mayores, el orgullo ancestral, la solidaridad
familiar, el trabajo digno, la remuneración justa, la honradez y la palabra de
honor se han perdido. Son cosas que avergüenzan y motivan indiferencia, son cosas
ajenas al da a día que provee, al patrón de consumo que me mide, a la
informalidad que facilita, al esfuerzo que no exige, y al descanso del
guerrero. Se vive irresponsablemente frente a la muerte. Todo esto se vislumbra
“chungo” diría Pérez-Reverte. La lucha por la libertad, la coexistencia con
libertades ajenas, la libertad política que protege, son cosa del pasado (si es
que existieron realmente esas libertades). Las leyes mueren y la libertad muere
con ellas; gobiernan entonces los hombres, la voluntad arbitraria y el
despotismo, desplazando al gobierno de las leyes.
La
política tradicional no atrae, el pobrismo no engancha (salvo algunos países
sometidos a la ignorancia, miseria y/o al terror) y el diagnostiquismo se
descubre inepto y arribista, falto de visión y creatividad. Aunque
políticamente correcto, se pierde en el engaño y el incumplimiento. La vieja
estrategia (si es que alguna vez hubo alguna) que funcionaba comienza a desencantar y apesta
Las
sorpresas y realidades están a la vista, no de los ciegos cuenteros y
comecuentos que no ven porque no pueden ver, ni se explican porque no razonan,
ni evolucionan porque no saben o no quieren cambiar. Las nuevas estrategias políticas (que
no son populistas ni políticamente correctas) no están a su alcance, no son
previsibles, desconciertan, no se proyectan, sorprenden, son camaleónicas,
despistan, pero generan resultados y eso gusta, porque se palpan, se trabaja, se
gana, se consume, se gasta, y eso incomoda al burócrata, al analista charlatán,
al florero de comedor, al guaperas, al corrupto y al ladino. Y Trump lo sabe, y
lo capta muy bien, porque el empresario, el competidor, el que sucumbe y se
levanta, el que lucha en el mercado y arriesga su propio pellejo, el que
apuesta y gana, y pierde, y vuelve a ganar o a perder también, ese, lo sabe y
lo entiende. El mundo se emociona y se mueve por resultados, que hay que saber
alcanzar, sin mostrar el camino, sin dejar huellas, creando a veces confusión,
y eso es estrategia ganadora, por más que brinquen y relinchen como caballo
viejo los que han vivido del cuento, porque conocer y dominar esa estrategia
implica experiencia empresarial donde predomina el trabajo, la inversión ,el
riesgo, la creatividad, las decisiones rápidas y oportunas (no burocráticas y
leguleyas), el esfuerzo y la capacidad de supervivencia en un mundo altamente
competitivo mediante una nueva estrategia ganadora, pues vivimos en un mundo
globalizado, y si nos gusta bien, y si no nos gusta, también. Tal como lo
manifiesta Sun Tzu en “El arte de la guerra”, “Una empresa militar requiere del engaño. Por esta razón un estratega
competente debe parecer incapaz y, a pesar de ser efectivo, debe aparecer como
todo lo contrario”. Y este principio lo ha consolidado Trump y han colaborado
sus propios adversarios quienes lo acusan de racista, vulgar, impredecible, y
crítico de las agencias de inteligencia, con la complicidad y colaboración
inconsciente de los medios de comunicación a quienes el presidente acusa de
propagar noticias falsas. Y entonces, el
presidente lo consigue, pues adquiere el primer lugar en los noticieros y
medios de comunicación privados.
Que
la estrategia política empresarial no es políticamente correcta, que no es
necesariamente artificiosa, que no promociona el pobrismo, que estimula la
innovación y el crecimiento individual y colectivo, que sataniza la burocracia
pública, que exige poder trabajar y combate el clientelismo, que no es
previsible, es cierto. Y eso precisamente, incomoda, molesta a la Nomenclatura
estatal, y a los aspirantes a ser incorporados al servicio de la misma, porque
no pueden contra ella. El nuevo alineamiento estratégico entre ENTORNO
(mercado, votantes, ciudadanos, organizaciones, normas, etcétera), CONTEXTO
(objetivos, tecnología, etcétera) y ORGANIZACIÓN INTERNA (liderazgo, sistema de
gestión, estructura interna, cultura laboral, recursos humanos y financieros,
etcétera) que invade al Estado y neutraliza lo político responde a poderes y
técnicas empresariales. Se trata de una revolución gerencial que reivindica
principios de eficiencia para satisfacer el entorno y captar y mantenerse en el
poder. Hablamos de dogmas gerenciales que consolidan un gobierno algorithmico
hacia un Cyber-Leviathan corporativo que tecnifica lo político y desplaza el
pobrismo, captando el interés y la real aprobación del ciudadano, proveyendo lo
que importa en la actualidad, lo que se valora hoy en día, en nuestro
mundo global postmoderno.
Nos
guste o no, estemos o no estemos de acuerdo, son las nuevas generaciones
quienes formulan sus propias reivindicaciones y establecen prioridades. Ellas
constituyen el gran mercado electoral con sus gustos y valores, y a pesar del desarrollo global y la
tecnología moderna y la poderosa Diosa Razón, la naturaleza muestra su cara y
su poder y desnuda la fragilidad del sistema vigente (
producto-ingreso-consumo-inversión-crecimiento y más consumo) y pone en jaque a
la humanidad entera, donde un virus, en pocas semanas y meses, provoca inestabilidad y crisis con caída de las
bolsas, reducción drástica de los precios del petróleo, reducción de la demanda
agregada global, desaceleración de la economía global, desempleo y crisis
social. En un mundo de interdependencia cada vez más compleja, los países menos
desarrollados se muestran incapaces de sanear sus finanzas públicas, de fomentar
la productividad y generación de valor agregado, y de estabilizar sus balanzas
de pagos.
¿Cuál
será el resultado final? En el corto plazo, adicional al problema de sanidad
pública, los índices macroeconómicos (crecimiento, desempleo, inflación, índices
de pobreza, etcétera) continuaran en franco deterioro acompañado por el impulso
alarmista y/o interesado de supuestos analistas y medios, y todas sus consecuencias
de orden político y social. En el largo plazo, habría que consultar con Carl
Amery y la Reina Cruel de toda sabiduría, a ver si Drácula sale del sótano y se
impone nuevamente la política del Lebensraum (Espacio Vital) y el Planet
Manager para llegar al final de la cadena de la selección.