viernes, 5 de febrero de 2021

 

HACIA UN LIDERAZGO ÉTICO

 

Cuando David Hume escribió sus famosos ensayos políticos hace más de doscientos años, es muy probable que para el entorno de la época tales planteamientos hayan significado un enorme avance en cuanto a frenos y controles previstos en la constitución y sus consecuencias casi “matemáticas” debido a las fuerzas de las leyes y formas de gobierno planteadas por él.

Para Hume, la reducción drástica de la discrecionalidad en los temas constitucionales y de gobierno era motivo suficiente para garantizar una buena gestión de gobierno, “incluso para los malvados, mirar por el bien público”. En pocas palabras, bastaba una normatividad clara y bien concebida y una constitución que prevea o facilite el control de la gestión del gobierno para garantizar una buena gobernabilidad en el marco de un régimen “republicano y libre”.

Max Weber también se refiere a la racionalidad del derecho pactado u otorgado con arreglo a fines y/o valores a ser respetados por los miembros de una asociación, y que la administración supone el cuidado racional de los intereses previstos por las ordenaciones de la asociación de acuerdo a las normas establecidas. Para Weber, Estado y empresa son esencialmente homogéneos, y así como el oficial superior atiende los asuntos de la guerra desde su despacho, el funcionario público decide acerca de las necesidades desde la administración. División del trabajo (funciones y tramos de control), competencias fijas (responsabilidades y toma de decisiones), formalismo documental y superioridad jerárquica (estructuras organizacionales, superiores y subordinados), son entre otros los factores de diferenciación y modernización del Estado, el ejército y la empresa. Para Weber, la acción ejecutada y controlada de acuerdo con un plan con arreglo a fines (principios y valores, objetivos y metas claras) por parte del emprendedor o empresario capitalista constituye el punto medular de la racionalidad capitalista.

 

Doscientos años y cien años después de Hume y Weber respectivamente, hoy en día, hablar de gobernabilidad y gobierno corporativo sin referirse a las prácticas implantadas por los líderes políticos actuales y estilos de gestión a nivel de empresas, sería incurrir en un enorme vacío. La experiencia vivida y los resultados de los últimos doscientos años nos demuestran con evidencias concretas que una Constitución, con normas claras, reglas y procedimientos precisos, estructuras organizacionales y técnicas de gestión adecuadas son elementos importantes pero no los únicos para una buena gestión de gobierno o gestión empresarial. El comportamiento del liderazgo viene a ser entonces un factor clave en el estilo y resultados de la gestión de cualquier organización.

Hoy en día, es el liderazgo político y empresarial el que toma un papel relevante y cada vez mayor en términos de gobernabilidad, y el Ecuador de hoy con todos sus problemas y amenazas (desempleo, emigración e inmigración, inseguridad ciudadana, inseguridad jurídica, narcotráfico y narcolavado, corrupción, bajísima productividad, crisis de valores, hartazgo ciudadano, déficit educacional, crisis generalizada en los servicios del sector salud, COVID-19 y otros) es la mayor prueba de ello, a pesar de las constituciones y abundante normatividad en todos los ámbitos después de 40 años continuos de “vigencia de la democracia”.

Al finalizar la segunda década del siglo XXI, estamos todavía muy lejos de aquel ciudadano virtuoso que Montesquieu consideraba indispensable para vivir bajo un régimen de derecho y el ciudadano formado que sabe por quién vota y porqué vota  sigue estando ausente en nuestras democracias formales.  

 

En las empresas modernas, se habla cada vez más en términos de capital humano y de incentivos a la creatividad y productividad de este capital humano, promocionando al máximo el conocimiento explicito traducido en bienes y servicios para la comunidad o sociedad civil. Se repotencian las capacidades, se entrena y educa al personal, se inspira la interiorización de normas y la alineación consiente y voluntaria a la doctrina principios y objetivos de la organización.  En otras palabras, el estudio del liderazgo y la formación de líderes se convierte en una línea de acción cada vez más importante para las universidades, tanto en el campo de la política como en el campo de la economía y la administración.

 

¿Bajo qué condiciones y por qué entonces, el liderazgo que predomina durante los periodos presidenciales en América Latina es un liderazgo de conveniencia, arribista, que busca mantener un statu-quo para consolidar e incrementar privilegios y tratos diferenciados en el marco formal de la institucionalidad liberal democrática?

 

Se acusa a muchos periodistas, comerciantes, banqueros, académicos, empleados de gobierno y elites partidistas, de aplicar una filosofía política totalmente conformista y de no compromiso con la meritocracia y democracia, salvo cuando hay intereses o coincidencia  con los intereses del gobierno de turno. Las divergencias se solucionan por acuerdos y compromisos que ceden participación a los grupos en conflicto (los arreglos cupulares a los que se refiere Simón Pachano) sin tomar en cuenta los intereses de la colectividad. En tal contexto, la integración social y las aspiraciones comunitarias son relegadas solamente para el discurso ideológico e intervenciones públicas (al que denomino hoy en día el discurso pandémico, que dice lo que dice para conseguir que así sea, sin considerar medios y posibilidades reales para alcanzarlo), para el buen marketing político, pero en la realidad, este tipo de liderazgo no tiene norte, carece de misión y compromiso social, tampoco señala una meta o un programa político claro que tracen una trayectoria de gestión integrada (planificar, programar, ejecutar, controlar y evaluar) en función de los intereses y objetivos de la comunidad y sus recursos disponibles.

 

¿Es una realidad este tipo de liderazgo fundamentalmente “comodín”, que trata de acoplarse con las fuerzas en disputa y se adapta a las circunstancias y sus propios intereses?

 

Este liderazgo existe y predomina: Sin personalidad propia, con principios y valores circunstanciales, es evasivo o distante, crítico y aparentemente inconforme, pero carente de planteamientos o de un proyecto político que transparente su condición y legitime su acción, de ahí su falta de Responsabilidad Social. Se lo critica por la ausencia de un modelo económico y de políticas que incentiven e impulsen la productividad y el uso eficiente de los recursos de la comunidad (controles de calidad total y círculos de calidad, formación continua del recurso humano, ética laboral y protección del medio ambiente), de ahí su falta de Responsabilidad Económica.

 

En definitiva, es un liderazgo decadente que se aferra a rangos y privilegios sin más meritos que apelar a la tradición y la herencia, sin referencia alguna al trabajo, la formación, el esfuerzo, o la meritocracia.

 

Este tipo de liderazgo, tal como lo hemos vivido y sufrido en América Latina busca esencialmente la satisfacción de los actores más que el bien común, busca el monopolio u oligopolio del poder político o económico y se declara, por principio, enemigo de la excelencia. Toda acción e influencia sobre los demás, tiene como sola finalidad la acumulación de poder para consolidar la autoridad que confiere el cargo y obtener mayores beneficios personales o de grupo con mínimo esfuerzo posible; la fijación de precios en monopolio u oligopolio y los abusos de poder. Basta con analizar las crisis tan frecuentes, las cifras de crecimiento económico y redistribución del ingreso, el desempleo, la calidad del gasto público y las condiciones físicas de los sistemas de salud y sistemas educativos para presumir enfáticamente que existen indicios de verdad en tales aseveraciones. La Pandemia Global de COVID-19 ha destapado sin lugar a dudas las falencias e ineficiencia de los sistemas de salud, por ejemplo. Aun más, es un liderazgo cínico o procaz que no vacila en sacar provecho de las desgracias que él mismo provoca, llámense desempleo o emigración masiva, o que provienen del mundo global, como la Pandemia del COVID-19 y los delitos conexos que salen diariamente a la luz. A largo plazo, se busca sencillamente reproducir las relaciones de poder.

 

Nuestros líderes no interiorizan que el Estado es un constructo, una ficción o mito diría Yuval Noah Harari, una realidad político-administrativa con objetivos y metas específicas, y como tal, una vez que un partido político accede a dirigir los destinos de un país mediante la institución del sufragio, es su obligación gobernar en forma consistente y coherente con las aspiraciones y visión que la comunidad tiene de la sociedad. Es más, se supone que el programa político del partido que obtiene la preferencia electoral es el que mejor responde a esta concepción de la comunidad, pero todos sabemos que esto no es necesariamente así, y que los fenómenos electorales están correlacionados con otros tipos de estímulos clientelares que nada tienen que ver a veces con la ideología o con el bienestar de las grandes mayorías.

 

Lamentablemente, en la actualidad, la popularidad, el respaldo y la legitimidad de un gobierno está estrechamente vinculada a la atención que este gobierno proporcione a “ciertas” aspiraciones de grupos de interés (política crediticia, aranceles, política cambiaria y otros) o grupos comunitarios (bono de la pobreza, vivienda popular focalizada, instalaciones deportivas), que son mucho más sensibles a los beneficios de corto plazo que a la consistencia ideológica y programática de un partido y soluciones de largo plazo para las exigencias o reivindicaciones  y necesidades de la sociedad, de ahí el peligro y las consecuencias negativas de las políticas clientelares y populistas. De ahí también la ausencia de políticas de Estado a largo plazo buscando superar las barreras del subdesarrollo, dando prioridad al discurso y promesas demagógicas que reproducen las relaciones de poder.

 

Todo lo afirmado nos lleva irremediablemente a la siguiente interrogante: ¿Bajo qué condiciones la conformación de un nuevo liderazgo podría cambiar la realidad política, económica y social de los países latinoamericanos? La respuesta plantea un distanciamiento cada vez mayor entre soluciones teóricas e implementación practica, para generar cambios mediante la educación y formación cívica de nuestros jóvenes estudiantes, de nuestros ciudadanos, como una labor titánica que debe enfrentar la sociedad en general y la Academia en particular, con mallas curriculares al tiempo con la modernidad, para convertir a la sociedad civil en un verdadero sustento de la sociedad política, orientando y controlando la acción de gobierno mediante una inteligente y constante militancia política comprometida. Esta identificación solidaria con la acción política desde la sociedad civil es lo que proporciona constancia y vigor a la acción de los poderes públicos a través de sus líderes. Identificación solidaria que no debe convertirse en simple acatamiento mecánico de la voluntad popular, puesto que el dialogo y la comunicación constante es fundamental para la redefinición permanente del programa de gobierno, de ser necesario hacerlo, por efectos de la misma dinámica social y del mundo globalizado en permanente evolución.

 

Reconocer las necesidades sociales, definir sus patrones de comportamiento y patrones de consumo, establecer los requisitos de la población y fijar la normatividad para la entrega de beneficios, de bienes y servicios públicos, diseñar una administración ágil y descentralizada para atender a la colectividad y receptar sus opiniones e impresiones, administrar eficaz y eficientemente los recursos de la comunidad, todo este proceso continuo nos permitirá diseñar y rediseñar un programa político realista y dinámico que incorpore los cambios del entorno, y cumpla con las exigencias de calidad de nuestros ciudadanos, para obtener así la legitimación y respaldo que todo gobierno requiere permanentemente. Por otra parte, son los recursos sociales los que se invierten mediante la formulación de una estrategia política y económica que optimice el grado de satisfacción y bienestar de la población, utilizando el mínimo de capital y maximizando esfuerzos por parte del estado, para lo que se requiere actuar con un gran sentido de Responsabilidad Económica.

 

Esta combinación de motivaciones racionales y capacidad de gestión es lo que hace especialmente difícil y delicada la función pública, en sus instancias política y administrativa, puesto que el hombre de estado debe demostrar capacidad política y administrativa para formular la estrategia adecuada e impulsar  la realización de objetivos y metas claras y legitimas, pero además, superar los conflictos que se originan por la competencia política y falta de cooperación que existe en la burocracia estatal y la eterna disputa por disponer de recursos escasos, olvidando o ignorando las razones por la que desempeñamos una función y la finalidad de nuestras organizaciones públicas. Hablamos entonces de luchar en contra del “circulo vicioso de la burocracia”.

 

Son precisamente estas distorsiones de la coherencia institucional las que deben ser rectificadas y evitadas, mediante un liderazgo enérgico y permanente, que enderece a tiempo cualquier decisión estratégica equivocada como resultado de estas maniobras políticas, pero que sepa proyectar con inteligencia, dedicación y ejemplo, cual es la visión que tenemos de nuestra sociedad del futuro. En definitiva, nuestros líderes políticos deben aspirar a la “calidad total” en el diseño de sus programas políticos, en la acción administrativa para la entrega de beneficios y provisión de bienes y servicios, en los requerimientos de las bases electorales, en las aspiraciones de la población en general, y en el control de los recursos sociales que el poder público utiliza. En definitiva, se trata de impulsar un liderazgo por valores por encima de capacidades administrativas y estratégicas reconocidas interiorizadas y acatadas por superiores y subalternos, al servicio de un propósito y un fuerte compromiso con la organización, Son estos valores superiores de ética y vocación al trabajo, de esfuerzo en equipo y , de calidad en el desempeño, de respeto a la meritocracia, de optimización del valor agregado, de compromiso y transparencia con el entorno, de compromiso confianza y comunicación con los demás, de honradez y equidad, con objetivos y metas precisas, lo que garantiza el buen funcionamiento organizacional por encima de normas y procedimientos en abundancia y detalle, bajo la difusión y supervisión de los líderes al frente del equipo.  

 

Enriquecido el capital cultural organizacional con este tipo de comportamiento, interiorizados en el inconsciente colectivo estas normas y valores (como las mejores y los superiores), es la sociedad la que se convierte en nuestro catecismo político, en nuestra guía, en nuestro sustento moral, y su reconocimiento es lo único que otorga legitimidad a nuestras actuaciones. Es esta consistencia entre “cultura y acción organizacional” lo que evita precisamente la fracturación que históricamente ha causado tanto retraso en nuestras sociedades, cuando predomina el interés grupal o de individuos particulares, que a la larga, no solo afecta a la sociedad en su conjunto, sino que también perjudica los propios intereses de quienes promueven la irracionalidad política y social.

 HARRY MARTÍN DORN HOLMANN 

Quito, 05.02.2021

viernes, 8 de enero de 2021

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

DERECHOS HUMANOS Y RELACIONES INTERNACIONALES

 

 

 

 

LA LIBRE EMPRESA, LA ECONOMIA DE LIBRE MERCADO, EL ESTADO, LA DEMOCRACIA Y LOS DERECHOS ECONOMICOS, SOCIALES Y CULTURALES

 

 

 

 

POR: HARRY MARTÍN DORN HOLMANN

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

INDICE

 

  1. El planteamiento del problema.

 

  1. La empresa capitalista y los derechos económicos, sociales y culturales.

 

  1. El mercado internacional y el poder político.

 

  1. Reflexión teórica. Conclusiones.

 

  1. Bibliografía.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

    1. El planteamiento del problema.

 

No podemos generalizar los tiempos y dimensiones de los procesos de crisis en todos los países latinoamericanos puesto que no coinciden, pero en los últimos cincuenta años hemos observado en todos un denominador común: crecimiento económico y polarización de la estructura de la propiedad y del ingreso nacional, concentración de la riqueza e incremento de la desigualdad, más ricos a expensas de los más pobres, abandono de la meritocracia, desempleo, deterioro de la institucionalidad política y perdida del goce pleno de derechos políticos económicos y sociales.  La inflación ha sido un mal casi perenne que afecta a los más pobres como un impuesto indiscriminado, al igual que las crisis o colapsos del sistema financiero y políticas de ajustes y ahorro en el gasto público que perjudican a los más desprotegidos (salvo en los períodos de gobiernos populistas o en épocas de bonanza por incremento de precios de las materias primas y recursos naturales), es decir, son los más pobres quienes pagan el costo del ajuste de la brecha fiscal y de la brecha externa [Roberto Frenkel, José María Fanelli, Guillermo Rozenwurcel. Crítica al consenso de Washington, FONDAD (Foro sobre deuda y desarrollo), Lima. Biblioteca FLACSO-ECUADOR, REG: 02545]. 

 

Lamentablemente, todos los países han atravesado situaciones similares, siendo la crisis de los años ochenta la mayor de todas desde la Gran Depresión de 1929 y para lo cual realizaremos un corto recorrido y análisis de tres períodos presidencia en la República del Ecuador particularmente. En lo concerniente a Ecuador y sobre “la década perdida” (las comillas son mías), Rosemary Thorp afirma lo siguiente:

“En 1983, la inversión se vino inmediatamente abajo: en termino per cápita se situó un 40% por debajo de su valor de 1981. El consumo per cápita también se redujo y las importaciones cayeron a casi la mitad de su nivel anterior a la crisis. La caída de las importaciones fue la manera de pagar el incremento de las transferencias al exterior” (Thorp, Rosemary. 2002: p. 234).

 

         Thorp nos explica como las medidas de ajuste hicieron pasar de un desequilibrio a otro, con enormes costos sociales ocasionados por la inflación y deterioro del poder adquisitivo; “De igual manera, el PIB per cápita bajó un 8% en los dos primeros años (1984-1985) y el salario real agregado cayó el 17% “(Thorp. 2002: 235). Según la autora, “la crisis fiscal originó una reducción en el gasto social, 10% entre 1982 y 1986, y el porcentaje de familias por debajo del nivel de pobreza creció del 35% al 41%” (Thorp. 2002: 236).

 

 

En cuanto al impacto en el mercado laboral, según Thorp:

 

“El ajuste se llevó a cabo principalmente a través de los salarios y el mercado laboral. Tres factores condujeron a esa evolución: uno, las empresas de tamaño medio y grande se reorganizaron, redujeron personal y se reestructuraron para utilizar más intensivamente los servicios de subcontratistas; dos, las estrategias de supervivencia llevaron a más miembros de una sola familia a buscar empleo; tres, el recorte del sector público eliminó puestos de trabajo. Las nuevas modalidades de empleo dieron lugar a mas precariedad, debida a la ausencia de contratos, de reglamentación y de protección sanitaria” (Thorp. 2002: 237).

 

En resumen, las rectificaciones y soluciones se implementaron en función de los intereses del Estado (cubrir la brecha fiscal), del equilibrio final de las empresas y remuneración al factor Capital, y no en función de los derechos económicos, sociales y culturales de los ciudadanos, los cuales quedaron a la saga de la disponibilidad de recursos y niveles de desarrollo como se lo reconoce en el Protocolo de San Salvador en 1988; durante la Convención Americana en Materia de Derechos Económicos, Sociales y Culturales se produce un punto de inflexión al “obligar” (las comillas son mías) a los estados a adoptar medidas de orden interno y por medio de la cooperación internacional, “hasta el máximo de recursos disponibles” (las comillas son mías), teniendo en cuenta “su grado de desarrollo” (las comillas son mías), a fin de “conseguir progresivamente” (las comillas son mías)  la plena efectividad de los derechos. A pesar de este avance mínimo, permaneció una nueva dicotomía entre exigibilidad inmediata y realización progresiva, exigibilidad inmediata y disponibilidad de recursos, aunque el sistema incorporó el derecho al trabajo, los derechos sindicales, la seguridad social, el derecho a la salud, el derecho a la educación, el derecho a los beneficios de la cultura, el derecho a la alimentación, el derecho a un medio ambiente sano y el derecho a condiciones laborales justas (Cancado Trindade, Antonio: 2001.), condicionándolo todo a la disponibilidad de recursos y niveles de desarrollo, es decir, a discreción de los gobiernos de turno.

 

Periodo presidencial del Ing. León Febres Cordero (1984-1988)

 

León Febres Cordero recibe el gobierno de manos del Dr. Osvaldo Hurtado Larrea en 1984, aproximadamente 12 años después del último velasquismo y comienzo de la dictadura militar de los años setenta. Al igual que Velasco Ibarra, Febres Cordero es un líder por encima de la institucionalidad democrática, más allá de las normas y del derecho cuando se trata de obtener niveles de gobernabilidad fuera de las prácticas democráticas. Califica al gobierno de Hurtado de estatista e inicia de inmediato con la liberalización de los mercados al mejor estilo neoliberal, reduciendo la intervención y control estatal, eliminando controles de precios, buscando promover la producción y la productividad, alineado a las reformas estructurales promovidas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) (Hurtado, 2006).

Bajo estos lineamientos, Febres Cordero se enfrenta desde el primer momento con el Frente Unido de Trabajadores (FUT) al incrementar el precio de los combustibles, se inician los conflictos entre el gobierno y el congreso nacional y surge un bloqueo político a consecuencia de las medidas acordadas con el FMI. "Los enfrentamientos alcanzaron tal dimensión que produjeron bloqueos políticos que degradaron las instituciones constitucionales y pusieron en riesgo la supervivencia del sistema democrático" (Hurtado, 2006: 22).

Durante su mandato, Febres Cordero hace gala de las más insólitas prácticas políticas para superar la oposición del congreso, impide por la fuerza la posesión de la nueva Corte Suprema de Justicia nombrada por el Congreso (Hurtado, 2002), disuelve las sesiones del Congreso mediante el uso de bombas lacrimógenas y bombardea el Congreso con diversos proyectos de ley que congestionan el trabajo de los legisladores y el despacho oportuno de los mismos (Hurtado, 2002), incluso, impide la publicación en el Registro Oficial de los proyectos de ley modificados por el congreso (Hurtado, 2002), como una muestra más de su fuerza y poder por encima de las instituciones.

 

Hasta mayo de 1985 el bloque legislativo del gobierno contaba con tan solo 12 diputados propios, pero León Febres Cordero consigue la mayoría atrayendo diputados de otros partidos, los cuales abandonan sus propias organizaciones políticas a cambio de favores y prebendas (Hurtado, 2002), de tal manera que, imponiendo a veces inconstitucionalmente su voluntad y valiéndose de prácticas políticas antidemocráticas, impuso su voluntad hasta conseguir las leyes que quiso:

"Mediante la manipulación de las instituciones, el mal uso de los procedimientos constitucionales, la ejecución de maniobras políticas de toda índole y el empleo de la violencia, en suma, con el uso de medios no democráticos, el presidente Febres Cordero obtuvo los instrumentos jurídicos que necesitaba para mantener la estabilidad económica alcanzada y transferir indebidamente recursos públicos a particulares" (Hurtado, 2002: 25).

 

A inicios de 1986 se produce la caída de los precios del petróleo de 26 dólares a menos de la mitad en marzo del mismo año, lo cual no fue oportunamente previsto por las autoridades económicas (Hurtado, 2002) generando desconfianza entre los agentes económicos quienes se volcaron a adquirir dólares y enviarlos al exterior, acelerando así la crisis. Contrario a las medidas de ajuste que prevén las teorías neoliberales en tales casos, Febres Cordero optó más bien por el cálculo populista en función de sus necesidades electorales ante la renovación en junio de ese año de la mayor parte de integrantes del Congreso Nacional, "repartiendo cheques y ofreciendo obras" (Hurtado, 2002: 34) en vez de adoptar medidas impopulares ante la crisis. Con la continua extracción de recursos del Banco Central, del Seguro Social y Banco de Desarrollo, el gobierno del presidente Febres Cordero agrandó la brecha fiscal, provocó una estampida del dólar y aceleró el proceso inflacionario. El terremoto de marzo de 1987 empeoró aún más la situación económica y política con la devaluación del sucre (145 % el último año de gobierno) y una tasa de inflación que alcanzó niveles del 63% (Hurtado, 2002).

En 1988, con una distribución del ingreso radicalmente concentrada, "el quintil más rico de la población concentraba el 50.6% del ingreso, y el quintil más pobre el 3.9%" (Hurtado, 2002: 37), el populismo y caudillismo fiscal de Febres Cordero y sus pugnas con el congreso no le dieron réditos políticos, habiendo terminado su mandato en 1988 con el mismo número de representantes con que se inició en 1984, a pesar del enorme sacrificio fiscal, generando un empobrecimiento mayor de los grupos  más vulnerables. 

 

 

Periodo del Arq. Sixto Durán Ballén (1992-1996)

 

Durán Ballén gana las elecciones gracias a las divisiones internas en el Partido Social Cristiano (PSC) y al voto del Partido Roldosista Ecuatoriano (PRE), fuerte contendor del PSC en la Costa. Respaldado por un partido ad hoc (Sánchez, 2008), Unión Republicana (PUR), creado por el mismo Durán Ballén y sus políticos aliados con fines electoralistas, este no tardó mucho en mostrar su extrema fragilidad al surgir las pugnas internas antes y después de las elecciones (por ejemplo, entre Roberto Dunn, ministro de Gobierno y Mario Ribadeneira, ministro de Finanzas, sobre las medidas de ajuste propuestas por el Fondo Monetario Internacional) (Sánchez, 2008). Aliado a un debilitado partido conservador, el PUR llega al poder apenas con un 22.07% del total de escaños en el legislativo entre todos los miembros de la alianza, con un ambicioso programa de reformas sin el apoyo legislativo necesario y un congreso extremadamente fragmentado, con un PSC que cuenta con el 27% de los escaños y el PRE con el 19.48% (Sánchez, 2008). Sin control y sin cooperación del legislativo desde sus inicios, el PUR se debilita aún más con las elecciones legislativas de medio término, cuando la coalición del ejecutivo pierde el 10% de sus escaños y el PSC alcanza hasta el 33,77% del total de escaños en el Congreso. Bajo tales condiciones, el PSC refuerza aún más su estrategia de apoyo condicional a cambio de prebendas e ingentes recursos que fortalecen al partido y sus elites:

“La agenda de cooperación se marcaba desde el Legislativo y con altos costes para el gobierno, sobre todo en lo que tiene que ver con la transferencia de recursos para los gobiernos locales, controlados por los social-cristianos. El mejor ejemplo de la relación de amor y odio entre el gobierno y el PSC fue el juicio seguido en el Congreso al Vicepresidente bajo la acusación de malversación de los fondos reservados, episodio que terminó con la fuga y asilo político del Vicepresidente en Costa Rica” (Sánchez, 2008:136).

 

 

Ante la imposibilidad de obtener mayoría y procesar demandas en general en el poder legislativo, el gobierne busca el “alineamiento” (las comillas son mías) de congresistas independientes o pertenecientes a pequeños partidos, a cambio de medios y recursos para ellos y sus provincias (Sánchez, 2008), lo que originó, según Simón Pachano, un modelo de gobernabilidad sistémica:

“Sea como fuere, un cuadro de este tipo ha definido únicamente un modelo de gobernabilidad sistémica, ya que “privilegia la continuidad del régimen político, lo cual lleva a un trato preferencial del gobierno con actores políticos y sociales que tienen capacidad inmediata de desestabilización política y/o económica, sin desarrollar la capacidad de recoger, elaborar y agregar (en la acción gubernamental) la demanda de la sociedad civil, haciéndola valer como criterio de utilidad colectiva” (Pachano, en Felipe Burbano de Lara, compilador, CLACSO-PNUD-UNICEF, 2003: 131).

 

Y a continuación agrega:

 

“Por consiguiente, ha colocado el problema de la gobernabilidad en el nivel de la capacidad de la dirigencia política para establecer acuerdos cupulares pero de alta efectividad. Esto se ha logrado no a través de procesos de legitimación del quehacer político –como ocurre en sistemas más incluyentes-, sino por medio de la ya aludida relegación de los problemas fundamentales a espacios considerados como no políticos” (Pachano, en Felipe Burbano de Lara, compilador, CLACSO-PNUD-UNICEF. 2003: 131).

 

Finalmente, El Consejo Nacional de Modernización del Estado (CONAM) no obtuvo los resultados previstos (Araujo, 1998). El gobierno no llegó a vender ninguna de las empresas estatales claves. La reforma administrativa quedó al margen de la acción modernizadora y no se lograron los objetivos de descentralización, desconcentración y desmonopolización de los servicios públicos.

 

En cambio, la inflación se redujo fuertemente, del 60.2% en 1992 al 25.4% en 1994, el sistema de bandas cambiarias permitió con bastante éxito el programa macroeconómico durante los últimos dos años de gobierno y facilitó a la autoridad monetaria administrar el tipo de cambio y su proyección a futuro (Araujo, 1998). A pesar de un pobre crecimiento del PIB (salvo 1994 = 4.3%), las exportaciones tienen el mayor crecimiento visto durante el periodo democrático (Araujo, 1998), a pesar de ello, el déficit en cuenta corriente aumenta constantemente por el crecimiento de las importaciones. Sin embargo, la Reserva Monetaria Internacional mejora con el ingreso de capitales, estabilizando las cuentas externas, generando confianza y facilitando el manejo de la deuda externa (Araujo, 1998).

 

Lamentablemente, durante el año 1995, el desabastecimiento de agua en la central hidroeléctrica de Paute, los racionamientos de energía eléctrica (más de seis meses), el bajo crecimiento del PIB (1995 = 2.3%), la quiebra del Banco Continental , la reducción y la contracción del sector financiero unido a una alta conflictividad política (a más de la patente agresividad del PSC contra los principales miembros del Ejecutivo), desataron una fuerte crisis política que, ante la fragilidad y ausencia de apoyo legislativo hacia el gobierno terminó con denuncias de corrupción, destitución del vicepresidente Dahik y gran descontento generalizado por las medidas de ajuste (que afectaron fuertemente al sector social) a pesar de los resultados de la estabilización.

 

A fines del siglo XX, con el Consenso de Washington y la aplicación de políticas neo-liberales el Estado se desentiende del área social y crece el problema de la empleabilidad y emigración, sometidos al arbitrio de un “gobierno global sin Estado global” (Joseph Stiglitz, 2002, p. 51), que ejerciendo poder de dominación sobre los estados y con alianzas internas que lo permiten ha implementado diversos modelos de desarrollo ( substitución de importaciones, modelos militaristas y de seguridad nacional, liberalismo económico y neo-liberalismo) que nos impiden lograr una sociedad de bienestar, destruyendo la institucionalidad política y transfiriendo soberanía a los poderes globales. Por otra parte, una sociedad sin democracia con instituciones políticas débiles y corruptas facilita el camino hacia la dependencia total del mercado y del poder financiero internacional.

Es así, que los resultados concretos de los gobiernos del período nos plantean las siguientes interrogantes: ¿existe goce relativo o pleno de los derechos económicos sociales y culturales, cuando los más pobres no cubren sus necesidades básicas y los Estados se desentienden de los problemas de empleabilidad, salud y educación? ¿una débil institucionalidad democrática posibilita el respeto y goce pleno o relativo de tales derechos?

 

            Osvaldo Hurtado, hace aproximadamente 26 años, durante el último año del mandato del presidente Sixto Durán Ballén, se pronunciaba al respecto acerca de los logros y resultados de la democracia de la siguiente manera:

“A pesar de los progresos aportados en el campo social, (alfabetización, electrificación rural, educación escolar, que principalmente beneficiaron a los campesinos), en general no ha representado un mejoramiento de las condiciones de vida del pueblo, como sí lo han conseguido otras democracias latinoamericanas. La tasa de crecimiento económico apenas ha superado a la de incremento de la población, una persistente inflación ha depauperado a los sectores medios y populares, se han deteriorado los servicios de salud, educación, seguridad social y justicia, la población en situación de pobreza ha aumentado y han crecido las distancias que separan a los ricos de los pobres (Hurtado, CORDES. PNUD. 1996: Presentación, 13)”.

 

En cuanto a las críticas al proceso de regreso a la democracia desde 1979 y la debilidad institucional el mismo Osvaldo Hurtado escribe lo siguiente hace aproximadamente 15 años:

“Pero la democracia, como institución, ha sido afectada por una fragilidad extrema, particularmente en los últimos diez años, en los que ha logrado sobrevivir merced a la aceptación, como fait accompli, de abusos de poder, violaciones constitucionales y rupturas del Estado de Derecho por gobiernos y congresos, que han importado a pocos ciudadanos” (Hurtado: 2005:7).

 

En definitiva, las dos últimas décadas del Siglo XX dejan sus huellas y consecuencias en la economía del Ecuador del Siglo XXI. Para conocer el estado de situación actual del país es necesario remitirse a las dos décadas perdidas de los años ochenta y noventa, caracterizadas por las crisis financieras internacionales y locales, la socialización de la deuda externa ecuatoriana (no todos se benefician pero todos la pagan), el abandono y deterioro de los sistemas de educación y salud, los daños causados por fenómenos naturales (terremotos y el fenómeno del niño), el empobrecimiento acelerado y, además, la inestabilidad institucional. El Dr. Marco Naranjo Chiriboga resume la situación de la siguiente manera:

“En conjunto, durante las dos décadas consideradas el PIB per cápita de los ecuatorianos se estancó, la inversión real tuvo caídas permanentes, los salarios reales se deterioraron continuamente, la devaluación del sucre alcanzó niveles record, la inflación estuvo en los dos dígitos altos, el desempleo sumado al subempleo superó el 50% de la población activa y la pobreza llegó a afectar a más del 75% de los ecuatorianos. El único dato económico o social positivo fue el aumento de las remesas enviadas por los emigrantes, que pasaron de 109 millones de dólares en 1991 a 1.084 millones en 1999”…”Paralelamente al severo retroceso económico sufrido en los años finales del siglo XX, el Ecuador, de acuerdo con UNICEF, experimentó el empobrecimiento más acelerado en la historia de América Latina en esos años. Entre el año 1995 y el año 2.000 el número de pobres subió de 3,9 a 9,1 millones”…”El gasto social per cápita disminuyó un 22% en educación y un 26% en salud. Asimismo, se produjo una masiva migración de ecuatorianos, en alrededor de unas 300 mil personas”…”Todo lo anterior fue acompañado de una mayor concentración de la riqueza. El 20% más pobre recibía en 1990 el 4,6% de los ingresos, mientras que solo obtenía en 1995 el 4,1% y en 1999 el 2,46%. Por el contrario, el 20% más rico de la población obtenía el 52% en 1990, el 54% en 1995 y el 61,2% en el año 1999 (Naranjo Chiriboga. 2007: 153-155).

 

 

 

    1. La empresa capitalista y los derechos económicos, sociales y culturales.

Max Weber define al capitalismo como un conjunto de empresas cuya finalidad consiste en maximizar ganancias mediante la organización racional del trabajo y de la producción. Son las aspiraciones utilitarias, la disciplina y la racionalidad (burocrática, financiera, contable, técnica, etc) lo que constituye la característica histórica fundamental del capitalismo occidental. El capitalismo se identifica con la búsqueda de la rentabilidad, según Weber (Raymond Aron: 1967, p 532). Sin Embargo, al revisar los diferentes conceptos de “utilidad”, “ganancia”, “mano de obra”, “recurso humano”, “prioridad empresarial”, “salario” y otros aspectos relacionados con la empresa capitalista moderna, nos damos cuenta que todavía estamos muy lejanos al concepto moderno de derechos económicos, sociales y culturales, y a conseguir afinidad entre la empresa capitalista y el goce efectivo de tales derechos. En efecto, muchos teóricos de la gestión empresarial siguen ubicando al elemento humano dentro de los rubros de costos o “sacrificios” en que incurre la empresa y que deben ser disueltos (economía de escala) o reducidos en beneficio de la utilidad de corto plazo, de la productividad y del “equilibrio final”.

 

En el mundo globalizado, las industrias desarrollan modelos de decisión en términos matemáticos para escoger la mejor alternativa de localización de sus unidades de manufactura, sin tomar en cuenta los efectos e impactos sociales de estas decisiones, sobre todo en materia de empleabilidad (desempleo, migración, separación familiar, abandono del hogar, etc) cuando trasladan sus industrias en función de dichos modelos. Mas importan la productividad y competitividad que el bienestar de las personas y sus instituciones sociales y, cuando se trata de competir y maximizar utilidades, los derechos económicos y sociales pasan a un segundo plano y las personas se convierten en un “sacrificio”, una “carga”, un elemento del costo o un factor que debe ser reducido al mínimo posible para maximizar beneficios o alcanzar el “equilibrio final” determinado por el empresario capitalista.

En el marco de la globalización, la territorialización y reterritorialización del capital y su dinámica reducen el elemento humano a un mero factor contable en favor de la seguridad y rentabilidad de las empresas. En algunas épocas y países, prosperidad y buen nivel de vida fue sinónimo de “máximos salarios para el obrero y mano de obra barata para el patrono” como una ley humana sometida al arbitrio del Estado, o al “sacrificio” y disponibilidad de recursos para alcanzar las metas utilitarias. Es decir, los derechos continuaban a la saga de las posibilidades, de los niveles de desarrollo y del cumplimiento de las metas del factor capital, más no del factor trabajo, sin relación directa entre los objetivos empresariales y los derechos económicos, sociales y culturales.

 

La empresa capitalista se nos muestra como una unidad, donde convergen recursos de toda naturaleza, los cuales son combinados y utilizados bajo un solo mecanismo de dirección, en la búsqueda o producción de uno o diversos productos y recurre a los comerciantes para la venta de sus propios productos. La empresa se caracteriza entonces por ser un centro de producción, y a su vez, un centro de oferta y demanda de diferentes productos. Esas “entradas y salidas” como consecuencia de los actos de demandar y ofertar, se constituyen a su vez en ingresos, costos, y utilidades para la empresa, la cual debe generar el máximo de ganancias posibles. Vale recalcar que dentro de estos costos debe considerarse “la ganancia o utilidad normal” como remuneración del capital propio utilizado en las operaciones productivas de la empresa, así como una remuneración al trabajo y esfuerzo personal “del productor”, y con lo cual se obtiene el “equilibrio final”, punto en el cual se encuentran debidamente remunerados los factores de la producción, capital y trabajo. <<Cualquier excedente adicional sería considerado entonces como un excedente “anormal” que contradice el concepto mismo de “equilibrio”>> (Paul Rousseau, 1971, P-P. 60-93).

 

No obstante lo anterior y la búsqueda del equilibrio final, los objetivos y prioridades de las empresas varían de país a país, o por niveles de desempeño. Las firmas norteamericanas otorgan más importancia a los objetivos de rentabilidad, a la generación de utilidades o retorno de la inversión así como a las ganancias de capital a los accionistas. Aparentemente, el mercado de valores pone mucho más fuertes condiciones a las firmas norteamericanas. Sin embargo, las firmas con alto desempeño (tanto en Japón como en los Estados Unidos), independientemente del origen de su capital social, destacan la importancia de compartir valores e información y en los recursos humanos más que sus contrapartes de bajo desempeño. “Una similitud de las compañías bien administradas es su alta atención a las personas y, como consecuencia, un mayor sentido de cultura corporativa. El conocimiento, en últimas, reside en las gentes que comprende la organización” (Kagono, Nonaka, Sakakibara, Okumura, 1994, p-p 26-197). En el Japón, algunos expertos en control de calidad y productividad opinan que con trabajadores educados y consientes no se puede imponer el método Taylor, puesto que no reconoce las capacidades ocultas de los empleados. Hace caso omiso del factor humano y trata a los empleados como maquinas, por lo cual el trabajo pierde todo interés y deja de ser una fuente de satisfacciones. En occidente, se contrata al gerente y se espera que genere utilidades rápido y en el corto plazo. Se vigila su desempeño, y se evalúa en función del afán de lucro, presionado por las publicaciones trimestrales que exige La Comisión de Valores. Esta sensibilidad a las utilidades presentes lo distrae e incapacita para atender los problemas de largo plazo. Desde que Japón entró en la era de la liberalización comercial se fijó un plan de largo plazo, con el apoyo y estimulo del gobierno pero sin controlar al sector privado y las empresas entraron en una fase de control total de calidad “con participación de todos”. El control de calidad empieza con educación y termina con educación, para cada nivel a largo plazo y con capacitación dentro de la empresa. Si la industria pertenece a la sociedad debe administrarse en torno a las personas que conforman esa sociedad, tomando en cuenta que las personas no son como animales o maquinas y actúan de acuerdo a su propia voluntad. <<La gerencia basada en la “humanidad” estimula el florecimiento del potencial humano>> (Kaoru Ishikawa, 1995, p-p. 22-107). Sin embargo y a pesar del éxito demostrado, el modelo humanitario y educacional se encuentra focalizado en países desarrollados y ausente en países del tercer mundo donde domina la regla del rendimiento del capital a cualquier precio (capitalismo salvaje o capitalismo pirata, lejos de la concepción weberiana del capitalismo racional y más lejos todavía del modelo educacional o humanitario) en detrimento de las posibilidades del desarrollo. 

 

En la era global, entre los impulsores de la globalización industrial, el grupo de costos también condiciona el potencial de la industria y la necesidad de competir con una estrategia global. El surgimiento de países de industrialización reciente con capacidad productiva y bajos costos de mano de obra, es la mejor prueba de ello. Como parte de esa estrategia, las industrias buscan costos más bajos de factores llevando la manufactura u otras actividades a países de bajos costos. “Las empresas buscan como fabricar en el extranjero para explotar el costo más bajo en un momento dado, de acuerdo a modelos de programación lineal que presenta la mejor combinación de volumen por localización”…. “Esto también otorga a las empresas mayor poder de negociación pues pueden trasladar su producción a múltiples sitios de manufactura en distintos países y a expensas del poder de negociación de los sindicatos” (George S. Yip, 1993, p-p. 12-251).

 

De los diversos estudios, queda claro el reconocimiento del factor humano dentro de las organizaciones productivas como factor condicionante del éxito cuando es debidamente administrado. El Control de Calidad moderno y la gerencia basada en la “humanidad” han conseguido logros sorprendentes en materia de productividad y bienestar general para sus comunidades y gran competitividad en los mercados mundiales. Queda también demostrado que “productividad-competitividad-y rentabilidad” en la empresa capitalista no son incompatibles con “bienestar de las sociedades” y “bienestar para todos”, y menos aún con los derechos económicos, sociales y culturales, ya que la democracia redistributiva empresarial (como es el caso de La Calidad Total, con participación de todos) estimula la productividad e incrementa las ganancias.

No se trata entonces del arbitrio del Estado o de negociaciones sindicales o del aprovechamiento de la mano de obra barata, sino más bien de aprovechar e incentivar las capacidades humanas en función de su propio bienestar y de las mismas  empresas con sistema de Calidad Total, viabilizando el goce pleno de los derechos económicos y sociales del capital humano de las organizaciones productivas y generadoras de valor agregado e incrementando aún más sus niveles de competitividad.

 

  1. El mercado internacional y el poder político.

En un mundo globalizado no existen ajustes automáticos invisibles. Las recurrentes crisis de los sistemas financieros locales y globales constituyen  la mejor prueba de ello. Los mercados financieros necesitan ser controlados, el control de la inflación y la generación de empleos deben ser promovidos mediante políticas eficaces de estado, el desarrollo debe superar la concepción neo-clásica del uso eficiente de los recursos, buscando también la democratización del ingreso nacional y la liberación de los mercados debe propender a la transparencia y equidad, eliminando barreras y procedimientos camuflados de protección. Los países pobres deben aceptar que es indispensable la estabilidad con crecimiento y redistribución democrática en forma simultánea, y esto implica controles sobre los mercados, aunque es difícil luchar contra los grandes poderes, de ahí el fracaso frecuente de las negociaciones en la OMC y el incumplimiento total de los plazos establecidos en la declaración de DOHA (Marcelo Gerona M. 2005, p. 112), pero hay que continuar inteligentemente en la lucha.

Los seres humanos requieren bienestar, paz y tranquilidad y para lo cual buscan: educación, salud, trabajo, orden y seguridad, cuya responsabilidad corresponde, en parte, al Estado nacional por decisión y mandato de la comunidad en general. Como diría Hobbes, los individuos abandonan el derecho a gobernarse y con consentimiento entregan la unidad del mandato a un actor, “a un ser artificial de mayor estatura y fuerza”, para que actúe por autorización expresa y por el derecho llamado “autoridad”. No queremos decir con esto que la OMC reviste las características de un Leviatán en materia de comercio, pero sí que actúa por “autoridad” y delegación expresa de los Estados ya que las normas aprobadas dentro del sistema son el resultado de negociaciones entre los Estados y ratificadas por sus parlamentos, además de ser aprobadas por consenso entre todos los miembros de la organización. El problema consiste en que la OMC no es una excepción en cuanto al poder de los grupos de presión que actúan en su interior, lo cual la puede convertir en un Leviatán en materia de comercio, o bien en un organismo lento e ineficiente, cuando no responde a los intereses de los miembros o gobiernos líderes de la economía y el comercio mundial (Marcelo Gerona, 2005, p-p. 81-107).

En conclusión, coincidimos nuevamente en que la expansión del comercio, de la producción, de la generación de valor agregado y de los ingresos distribuidos a los factores de la producción (las empresas, las familias, la tierra) son convenientes y posibles cuando existen mecanismos de regulación a nivel nacional e internacional que impiden cualquier distorsión en la redistribución de la producción. Hablamos de leyes y normas que impidan la creación de monopolios u oligopolios, la especulación financiera o el acaparamiento de mercancías con fines indebidos, o que impidan una distribución justa de la producción. Pero hablamos también de mecanismos positivos de provisión de servicios públicos en educación, salud y seguridad. Sin embargo, es necesario complementar toda esta normatividad con “mecanismos democráticos eficientes de control sobre la gestión del Estado”, como garantía plena de la prestación de dichos servicios y beneficios en su calidad de derechos económicos, sociales y culturales adquiridos por todos los miembros de la comunidad, de lo contrario, la liberación comercial no representa beneficios colectivos en términos de Derechos.

 

  1. Reflexión teórica. Conclusiones.

Políticas y decisiones equivocadas, ausencia de controles, articulaciones de poder internas y externas, deterioro arbitrario de los términos de intercambio, el alza indiscriminada en las tasas de interés y fluctuaciones del precio del petróleo y el comportamiento “realista” de los Estados poderosos, condujeron a una crisis y luego a las diez recomendaciones de política del Consenso de Washington, cuyos esquemas “neo-liberales” condujeron nuevamente a la crisis de los años noventa. De más está decir que no hubo bienestar económico y social, ni seguridad ciudadana, ni respeto a los derechos económicos, sociales y culturales, a pesar de los “esfuerzos”, de los organismos internacionales. El crecimiento económico per se no es garantía de desarrollo y los resultados del Consenso de Washington no han sido precisamente los mejoras puesto que la desigualdad y la pobreza se han incrementado, y tal como lo demuestra Stiglitz, a partir de 1997 hubo estancamiento, recesión, depresión y, reducción del ingreso per capita  (Stiglitz, 2004). El problema no está pues en definir y reconocer derechos, en vender más o en incrementar el valor agregado o en crear regímenes internacionales, solamente. El problema radica más bien en la distribución justa y equitativa de las ventajas que buscan los acuerdos (nacionales a nivel de empresarios y trabajadores e internacionales entre estados que forman parte de los  regímenes internacionales) y complementar el reconocimiento y la implementación de los derechos económicos, sociales y culturales con políticas  redistributivas y controles democráticos sobre la gestión del estado, como garantía del fiel cumplimiento de los grandes objetivos y metas de la sociedad civil.

 

Tal como lo confirma Thomas Piketty en su obra “El Capital en el siglo XXI” la distribución de la riqueza es uno de temas y preocupaciones que se encuentran en primera línea de debate y concentra la atención de académicos europeos y de Estados Unidos de Norteamérica. Piketty concluye que la dinámica de la distribución del ingreso y de la riqueza y la evolución dinámica de una economía de mercado y de propiedad privada abandonada a sí misma, genera desigualdades cada vez mayores y perennes cuando la tasa de rendimiento del capital privado es mayor que la tasa de crecimiento del ingreso y la producción, lo que durante periodos prolongados hace que la recapitalización de los patrimonios anteriores sea más rápida que el crecimiento de la producción y los salarios, agudizando la desigualdad entre ricos y pobres, concentrando cada vez más la propiedad y el ingreso entre los primeros, y la pobreza en la mayoría de la población (Piketty, 2014); esto, obviamente, impide el goce pleno de los derechos consagrados en numerosos compromisos y cuerpos legales  a nivel nacional e internacional.

 

Existe hoy en día una clara tendencia hacia el reconocimiento de la indivisibilidad entre las categorías de DD.HH. y complementariedad o interdependencia de los DD.HH. con la Democracia. Los derechos civiles y políticos son concebidos como una unidad y como parte integral del sistema democrático. Muchos autores afirman que no puede haber control sobre los negocios públicos en ausencia de tales derechos, y por tanto, estos posibilitan el ejercicio de la democracia (Bentham, 2000).

 

En definitiva, la igualdad entre ciudadanos, la institucionalidad política y la economía de libre mercado deben ir acompañados de mecanismos democráticos de control ciudadano sobre los asuntos públicos y políticas redistributivas que garanticen el ejercicio pleno de los DD.HH. Alimentación y nutrición, vestimenta, salud y educación, son parte de los requerimientos mínimos en condiciones de igualdad de acceso para todo ciudadano. Coincidimos en que el sistema democrático provee las condiciones necesarias para la aplicación integral de los derechos, sin discrimen de los derechos económicos y sociales y reconocemos que la universalidad y vigencia de los derechos humanos se refuerza cada vez más por visiones compartidas a nivel global, el reconocimiento de un destino común, por la interdependencia creciente que crean los mercados, las comunicaciones y la misma división internacional del trabajo.

 

 

 

 

 

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