HISTORIA Y
GRAMÁTICA PARA LA PAZ
Quisiera iniciar estas reflexiones sobre la Paz, con la frase célebre del político
mexicano Benito Juárez
enunciada el 15 de julio de 1867, al entrar triunfante en la Ciudad de México,
tras la derrota y fusilamiento de Maximiliano I de México: “Entre los
individuos, como entre las Naciones, el respeto
al derecho ajeno es la paz». Lamentablemente, ante las ambiciones de
Napoleón III y falta de respeto a la autodeterminación de los pueblos, Benito
Juárez tuvo que empuñar las armas para recuperar la libertad y autonomía del
pueblo de México.
Paz, estado de quietud y tranquilidad, ausencia de amenazas, de
violencia o de guerra, condición indispensable para la armonía social, la
solidaridad, el desarrollo económico social y político, la unión, la
cooperación e integración de los países y equilibrio del sistema internacional,
ha sido y será siempre un status que ha inspirado a filósofos y pensadores
políticos desde los orígenes de La Civilización Occidental.
Ya los pensadores griegos se referían a la democracia, la
Libertad, las leyes, la Razón, la Justicia y la Sabiduría, para una comunidad
organizada en paz y total armonía; la Polis,
según Aristóteles, como única vía natural para alcanzar el bien supremo, el mejor bien, ultimo y perfecto, el fin perfecto del
hombre: la felicidad.
Ya entonces Aristóteles nos advierte
acerca de las formas impuras de gobierno, acerca de la concentración y
acumulación de poder como detonante de la subversión y quiebre de la paz y
bienestar de una comunidad, pues el fin del Estado debe ser siempre no
sólo la existencia material de todos los asociados, sino también su
felicidad, siendo ésta última la de primer cuidado dentro del Estado, para que
la asociación política no se convierta en una alianza militar, ni la Ley en una
mera convención. La ciudad es entonces la asociación de la virtud y del
bienestar para la felicidad de la comunidad, viviendo en paz.
Es también el gran Cicerón quien tributa
los más encendidos elogios a ese estado de Derecho que somete gobernantes y
gobernados al ordenamiento jurídico y produce el armónico y equilibrado
funcionamiento de la estructura institucional de la “res publica”, entendida
ésta no como abstracción, sino como una comunidad de ciudadanos concreta y
precisa, como un status, para saber vivir con la máxima moderación y
prudencia con las personas con quienes convivimos, para vivir en paz y armonía,
a fin de conseguir con su ayuda e industria cumplir y colmar todas cuantas
necesidades exige nuestra naturaleza.
O el mismo Séneca, para quien La filosofía es un medio para alcanzar la
plenitud de la vida buena que se genera a través de la paz, alcanzar un
fin ideal que es la eliminación de la maldad en la existencia del hombre para
alcanzar la felicidad, como la única nobleza que procede del espíritu
y que puede forjarse cada hombre, y para complementar, tal como lo
afirmaba el mismo Tomás de Aquino, Dios es dueño, pero los hombres producen y
administran, es decir, los bienes materiales son el monopolio de Dios, y los
hombres no están para contaminarlos, extinguirlos o destruirlos.
En efecto, más de mil quinientos años atrás, Santo Tomás de Aquino
ya se refería al concepto de “Justicia” “para vivir en paz”, como aquello que
ordena o “ajusta” al hombre en lo que se refiere a los demás y que pertenece
directamente al derecho, por cuanto regula la relación entre los hombres y los
compromete en “la Paz”. La justicia preside entonces todo el derecho, y se
ubica en el centro de la actuación política ajustada al derecho. Es pues dar a
cada uno lo que le corresponde en derecho, “para vivir en paz”, no en la
confrontación.
Pasarán
siglos, para que el Primer Ministro de Francia entre 1622 y 1642 Cardenal
Richelieu, príncipe de la Iglesia, introduzca el nuevo concepto de Raison
d’état, según el cual, el bienestar del Estado justificaba cualesquiera medios
que se emplearan para promoverlo. Es el equilibrio de poder el que hace que
cada Estado busque sus propios intereses egoístas para contribuir a la
seguridad, a la paz y al progreso de todos los demás estados. Con la paz de
Westfalia y la terminación de La Guerra de los Treinta Años en 1648, la Raison
d’état pasó a ser el principio rector de la diplomacia europea, aunque las
guerras y conflictos diversos continuaron para impedir el surgimiento de una
potencia dominante y la resurrección de un imperio europeo.
Para 1890,
sin embargo, el concepto de equilibrio del poder según Henry Kissinguer había
llegado a su fin, había sido necesario para eliminar las aspiraciones
medievales de un imperio universal, había conservado las libertades de los
estados, pero no la paz de Europa, tan es así, que tras la desaparición del
Concierto de Europa, el ascenso al poder de Guillermo II Emperador de Alemania
y la destitución del Canciller Bismarck, se sentaron las bases para dos guerras
mundiales y la Guerra Fría 50 años después, a pesar de los esfuerzos para una
“Paz Perpetua” y el tratado universal de ayuda mutua del Consejo de la Sociedad
de Naciones de 1923.
El siglo XX
vivió entonces las más crueles experiencias de destrucción de seres humanos por
seres humanos, donde hicieron gala la ciencia y tecnología para la fabricación
de armas modernas de destrucción masiva, poniendo de relieve la soberbia de
seres humanos en la lucha por el poder (tal cómo definía Maquiavelo la
Política)o el ansia de poder (tal como lo afirmaba Nietzsche), donde el
continente americano y América latina en particular se vio afectada por la
proliferación de crueles dictaduras civiles y militares (introduciendo la
conocida Doctrina de la Seguridad Nacional y la lucha contra el enemigo
interno) como un medio para evitar la penetración comunista, alejando nuestras
comunidades de la paz y el progreso tan anhelado.
Han pasado
entonces más de dos mil años, desde que sonaron los primeros tonos de justicia
libertad y paz de aquellos sabios y estrategas griegos y romanos. Hemos
recorrido múltiples teorías sobre la diosa razón y el respeto a las leyes de la
naturaleza, pero los hechos nos muestran con absoluta crudeza, tal como lo
sostiene el mismo Hobbes, que los seres humanos se entregan a sus pasiones
naturales; la Parcialidad, el Orgullo, la Venganza, el Egoísmo, la Avaricia,
y no a las leyes de la naturaleza; Justicia, Equidad, Modestia y Piedad.
¿Tendremos que
aceptar entonces haber caído en aquella definición de la utilidad pública y la
justicia según Hume? Es decir que, ¿La justicia es acaso una virtud artificial que cuyo origen es la
utilidad pública? Según David Hume la obligación moral deriva del mérito en
términos de «utilidad» que la virtud (la justicia) reporta a la sociedad. En
consecuencia, gobierno justo y buen gobierno es aquel que se sustenta en
principios y normas para la autoconservación de la sociedad y aquellas
convenciones que surgen en consecuencia para conveniencia y ventaja de la
sociedad «para gobernar más fácilmente a los hombres y preservar la paz en
sociedad».
Para David Hume, la fundamentación de la obediencia al gobierno no se sustenta
ni surge de algún principio moral absoluto ni de ningún derecho divino. Al igual
que para Locke y Montesquieu, la moral ilustrada es una moral esencialmente
laicista, con importantes ingredientes utilitaristas. De manera similar, para
Jeremy Bentham y Stuart Mill, las leyes deben codificarse bajo un principio
rector: el principio de la «utilidad», que les daría forma y contenido, no las
costumbres ni los antecedentes. Se trata entonces de la laicización del derecho
(1) y la supremacía del principio de la utilidad (2) que es la soberanía de la
ley (3) y a su vez la soberanía del Estado nacional (4).
La reacción
en contra de tales postulados fue clara y contundente. Algunas corrientes denunciaron
aquellas concepciones y a esa revolución de más amplio alcance que denominamos
modernidad. En esta línea de pensamiento, De Bonald condena la sed de oro de
los cabecillas que se convierte en el principio de existencia de las repúblicas
y del carácter nacional de sus ciudadanos, aquel comercio que se convierte en
el único negocio de los gobiernos, la única religión de los pueblos y el único
motivo de querellas, aquel poder que se ve exclusivamente en el comercio,
aquellas riquezas que se ven en el dinero y la prosperidad que se define
exclusivamente en el lujo. Para el conservador De Bonald, la desigualdad de las
fortunas se convierte en el cáncer devorador de los principios de la sociedad y
se pierde su finalidad: que es la conservación de los seres que la componen
en paz y felicidad, y se llega a un estado de salvajismo ejercido por la fuerza
del poder particular.
Kant
pretendió encontrar la fórmula para la superación del estado de naturaleza como
un “deber moral” del hombre, pues solo en el Estado se pueden salvaguardar las
libertades y la paz más allá que el simple utilitarismo o cálculo de intereses,
pues el Estado se convierte en el gestor de la construcción de la futura
sociedad jurídica universal, condición única e indispensable para evitar la
guerra y garantizar “La Paz Perpetua”. Para ello el derecho de gentes debe
fundamentarse en una federación de estados libres garantizando la libertad de
aquellos que deciden unirse al nuestro, conformando una federación que evite a
toda costa la guerra.
¿Que hemos aprendido, retenido y aprovechado de pensamientos y teorías
tan variadas de los últimos 2500 años? Teóricamente mucho, en discursos
populistas demasiado, en resultados prácticamente poco. Podríamos retomar
aquello de la “Tosca Materia” de Norberto Bobbio quien a su vez lo tomó de
Boris Pasternak y de su libro Doctor Zhivago, recayendo una y otra vez en la
misma estafa, tal como lo referiremos más adelante.
Desde fines del
siglo XX hasta nuestros días, luego de la caída del Muro de Berlín, el Consenso
de Washington y el surgimiento del neoliberalismo, la estructura del sistema
internacional ha sufrido cambios que han reconfigurado las capacidades y
jerarquías de los Estados creando oportunidades para países que se proyectan
como emergentes (es el caso de los BRICS, por ejemplo), desafíos para otros
países que buscan mantener o mejorar su status en el orden mundial como China y
Estados Unidos y crisis generalizada con graves repercusiones para países
afectados por la desregulación y falta de productividad y competitividad en el
mundo global, tal fue el caso de Ecuador y las migraciones masivas que se
produjeron a fines del siglo XX e inicios del siglo XXI.
Con el colapso
soviético en 1991 el orden internacional se transformó de bipolar a unipolar y
convirtió a los Estados Unidos en la primera potencia mundial. A inicios del
siglo XXI surgen las potencias emergentes con nuevas teorías y se menciona
entre otras cosas el giro hacia un sistema internacionalcontrahegemónico. Se
inicia un nuevo ciclo de disputa entre potencias, lanzando a la América latina
a navegar en un nuevo orden mundial de nuevos retos y supuestas oportunidades
mediante estrategias innovadoras que se revelaron falaces y artificiosas para
desembocar en la crisis (deterioro del nivel de vida, crimen organizado y
violencia, violaciones a los derechos humanos) que viven algunos países y la amenaza
a la estabilidad regional e incluso del sistema internacional.
Lamentablemente, para países como los nuestros que carecen de sistemas
políticos y sistemas económicos sustentables, la
globalización crea y reproduce relaciones de poder, dinámicas de cambio, elites
poderosas y elites decadentes, pero también dinámicas migratorias, desempleo,
fracturación familiar, y ruptura de vínculos de ciudadanía con los trabajadores
desterritorializados. Es el capitalismo transnacional que evade reglas y supera
ampliamente las capacidades de los Estados (es el caso ODERBRECHT, por ejemplo).
El estado moderno, desde sus primeros genes, tal como lo concebía Jean Bodin,
ha sido construido con el fin de crear uniformidad y universalidad dentro de
sus fronteras, buscar obediencia y conformidad, pero la transnacionalidad
genera cambios en las relaciones entre estado y sociedad (Migdal, 2008)
formando nuevas configuraciones, generando conflictos de lealtad y conciencia
(la corrupción) en presencia de procesos integradores y de transferencia de
poder de un nivel a otro y produciendo rupturas entre ciudadanos y estado y
entre estados. La transnacionalidad y la globalización han generado de hecho enormes
desigualdades, y esta desigualdad constituye el problema más apremiante de
nuestro tiempo, pues separa a las personas entre sí, a los Estados entre sí, a
las corporaciones entre sí, las cuales se fusionan o absorben unas a otras,
hasta convertirse en más poderosas que los propios estados. He ahí los grandes retos de los procesos de
integración para la paz y la prosperidad.
El nuevo
capitalismo transnacional ya no es el capitalismo internacional que responde a
una división del trabajo entre diferentes estados soberanos, ni el capitalismo
multinacional mediante asociación de capitales de distintos orígenes
nacionales. El nuevo corporativismo global no tiene orígenes, ni sentidos de
pertenencia y lealtad. Tampoco existe relación entre territorialidad y responsabilidad
política ya que la integración de grandes mercados financieros y la
fragmentación de los procesos productivos en diferentes países y regiones del
mundo desarticulan las antiguas relaciones de pertenencia a nivel del Estado
nación. Parecería que todo obedece y se somete a las nuevas estrategias
globales de las potencias corporativas que aplican una especie de realismo
global. El poder del conjunto se impone o se enfrenta al poder de las partes,
al poder nacional. Surgen entonces los cuestionamientos (Migdal, 2008) acerca
de la fortaleza, la soberanía, y las capacidades de los estados modernos, y
surge también la necesidad urgente de los esfuerzos para la cooperación, el
bienestar, y la paz de los estados en un esfuerzo colectivo. Las grandes corporaciones
y fondos de inversión se imponen y guardan lealtad ya no a los estados sino a
ellos mismos, agrandando la brecha de la desigualdad económica, política y
social en los países.
Lamentablemente, algunas de
nuestras democracias presidencialistas en Latinoamérica han caído en la
hipocresía organizada (Krasner,) y viento en popa hacia la anarquía, la
dominación, o la debilidad institucional, pues las reglas normas y principios
democráticos formalizados en sistemas de representación, sistemas electorales y
órganos de justicia, se han convertido en instrumentos de coerción al servicio
del crimen organizado y/o Estados poderosos, ya sea a nivel interno, ya sea a
nivel internacional.
La fragilidad y versatilidad de las instituciones democráticas es
evidente. Las reglas se respetan o no de acuerdo a las circunstancias o
conveniencias del poder, o se modifican al mismo ritmo de cambio de los
intereses del poder o de las relaciones de poder. Rodamos en aquella antigua y
realista concepción factual de la política donde predomina la “economía de la
violencia” según don Niccoló di Bernardo dei Machiavelli (Nicolás Maquiavelo),
generando supuestos consensos y ejerciendo dominación.
Llegado a cierto nivel o punto de inflexión, se pierde la
institucionalidad e influencia sobre la conducta de los actores, no existen
límites normativos y cuentan únicamente los intereses de los poderes
dominantes: se cae en la anarquía donde cada cual sobrevive por sus propios
medios, dominados por las pasiones, o tal como diría Hobbes, “el hombre se
convierte en lobo del hombre”. Domina la fuerza bruta, sin el derecho exclusivo
de usarla, sin legitimidad, sin derecho de castigar, sin consenso manifiesto
para aplicarla, se trata simplemente del todos contra todos.
Lamentablemente, a
partir de 2015, América latina vive nuevamente un proceso de reconstitución y
acomodamiento a nivel nacional y en el sistema internacional, con nuevos
gobiernos calificados de derecha y/o populista y una agenda política y económica
con importantes cambios. Caemos nuevamente en aquel círculo vicioso de la
refundación permanente: Es la refundación de la refundación o la refundación de
la esperanza, la prosperidad y la paz.
La actual situación
de nuestros países se presenta con grandes retos, ante un crecimiento económico
escaso en términos regionales (según la CEPAL de apenas el 1.2% en el año 2018
y proyectado del 1.7% para el año 2019) y problemas de desempleo, extrema
pobreza, migración masiva, criminalidad en todos los órdenes, debilidad
institucional, acumulación de poder, violaciones a los derechos humanos,
narcotráfico y lavado de dinero, corrupción generalizada y un especial desencanto
sobre la clase política en muchos países del continente(según CNN ESPAÑOL
en su informativo de las 20h:06 del 25 de junio de 2018la evolución de las
cifras de producción total de cocaína en Colombia demuestra un fracaso total en
las políticas implementadas para combatir la producción de la droga, pues de
435 toneladas métricas de producción en 1998, esta asciende a 610 toneladas
métricas en el año 2006 y a 921 toneladas métricas en el 2017. De igual manera,
el área cultivada de hoja de coca tiende a aumentar pues alcanza la cifra de
188.000 hectáreas en 2016 y de 209.000 hectáreas en 2017).Las causas son diversas; Liderazgos
populistas o ineficaces, ausencia de estrategias para el desarrollo a mediano y
largo plazo, bajos niveles de educación, baja productividad económica,
rentismo, asistencialismo crónico, pobrismo populista, inseguridad jurídica, burocracia,
excesivo gasto fiscal, evasión tributaria, fuga de capitales, patrones
hegemónicos de consumo, ausencia de virtudes republicanas, entre otros.
Las enseñanzas y verdades del Renacimiento, la Ilustración y la
Modernidad quedaron para evidencias de los antropólogos de lo que podría haber
sido mejor si hubiésemos respondido a “La Diosa Razón”. Todos aquellos
postulados de que el poder soberano debe ser
eficaz, que debe asegurar la paz, cuya seguridad depende del nivel de
satisfacción que aporta a sus particulares, que su eficacidad aleja el
comportamiento hostil de los sujetos miembros de la sociedad y que el interés
del soberano se corresponde con el interés del pueblo, se convirtió en
“principios de épocas pasadas y añoranzas de ciertos académicos, de poetas y
literatos”.
Todas aquellas maravillas del
contractualismo (del amigo Locke) que concibe al Estado como ente artificial,
producto no de la naturaleza, sino de la voluntad concordante de los
individuos, de nosotros, como el fundamento y legitimidad del poder político en
el consenso, concebido como el mejor remedio contra el despotismo, es materia
del más cruel y detestable cinismo, pues, hoy en día, el soberano “soy yo”, o
la soberana fuerza, o el soberano bozal petrolero, o el pajarito divino.
Aquello de que la democracia es
indisociable de la de contrato social o pacto entre iguales o del acuerdo de
cada uno con todos los demás sobre algunas reglas y fundamentos del poder o un
pacto entre iguales, quedó totalmente desplazado por el uso legítimo de la
fuerza y/o poder económico y/o poder carismático o populista, “donde la Ley ya
no está por encima de los contratantes”. No sorprende entonces que el
radicalismo de derecha y grupos neofascistas o neonazis surjan en países como
Hungría, Austria, Polonia, Alemania y España, ya que entre los jóvenes menores
de treinta años alrededor del 50% no cree en la democracia y rechazan a la
Unión Europea, y la influencia de Rusia en estos grupos es denunciada por
investigaciones publicadas en redes sociales.
La defensa contra los abusos de poder,
la defensa de los derechos de libertad, la garantía de los derechos y control
de los poderes, la defensa del estado mínimo contra el estado máximo sinónimo
de estado abusivo, déspota y glotón, no conviene a los intereses de los que
nunca han conocido lo que representa la inversión, el trabajo y el esfuerzo
para generar una gota de valor agregado. Son estos a los que se refiere David
Hume cuando afirma que los vicios y virtudes de las personas no responden a
sentidos o principios morales transcendentes, sino que se originan en la
opinión y conveniencias, en este caso, para corromper, abusar de los recursos
públicos, maltratar a los débiles, proteger a los rentistas y vividores,
haciendo a un lado las opiniones y conveniencias necesarias para el
mantenimiento de la vida social que generan sentimientos agradables de
aprobación en función de la utilidad y cualidades que representan, olvidando o
reprimiendo aquel instinto de sociabilidad que determina la formación del
sentido moral que promueve el interés individual en relación con un interés
colectivo concebido como un interés de todos en el largo plazo, o como diría el
mismo Hume, «el amor a uno mismo se proyecta así en amor a los demás».
Bajo los postulados de David Hume, el
gobierno debería cumplir con las funciones de utilidad pública, el interés
individual y el interés de la sociedad para ser un gobierno libre y justo para
la supervivencia de la sociedad y perfección de la sociedad civil, y por tanto,
se trata antes que todo de evitar la codicia del poder en una clara defensa de
las libertades, de la justicia conmutativa y la justicia distributiva. Pero,
¿sería esto posible bajo el paraguas de une sociedad utilitarista?
Finalizando la primera década del siglo XXI, la estabilidad el bienestar y la paz se encuentran
dramáticamente amenazadas y los obstáculos son gigantescos, y por ello,
Iniciativas para la integración han colapsado como es el caso de la UNASUR, o
se entregan a largos e interminables debates e imposibilidad de tomar acciones
efectivas como en la Organización de Estados Americanos sobre la crisis en
Venezuela y una Comunidad Andina de Naciones lejos de concretar los objetivos
que se han propuesto. Se trata entonces de organismos internacionales o
procesos de integración que padecen del Circulo Vicioso de la burocracia, tal como
lo denunciaba ya Michel Crozier en la década de los setenta del siglo pasado.
Sobre la tragedia venezolana, el grupo de los países que presionan la salida de
Nicolás Maduro del poder acuden desesperadamente a la Organización de Naciones
Unidas como una nueva y última instancia internacional para solucionar la
crisis. Esta situación nos muestra claramente que la política exterior de los
países latinoamericanos ha sido definida por los gobiernos de turno de acuerdo
y conformidad con sus intereses ideológicos y económicos más que unas políticas
exteriores de Estado, pues se formulan e implementan políticas transitorias o
de gobierno bajo intereses o presiones para mantenerse en el poder (Maquiavelo),
como es el caso del bozal petrolero utilizado descaradamente por Venezuela, o
los objetivos particularistas de los gobiernos del Brasil, lo cual impide que
América latina cuente con una estrategia regional alineada a sus objetivos en
todos los campos de interés común, a pesar de las diferencias entre países,
para una inserción en el mundo global a
corto y a largo plazo en condiciones de competitividad.
Lamentablemente, América latina se encuentra domiciliada ya en las
puertas del infierno donde sobreviven los más valientes, fríos, perseverantes,
que no revientan ante los abusos del poder, de un Estado autoritario y glotón
que exprime, arrebata, vacía de sentido a la inversión, el trabajo y el esfuerzo, exigiendo cargas y más
cargas a la sociedad civil empobrecida, indefensa, ante un sistema
político-administrativo sin Dios ni Ley, controlado por el ansia de poder y las
pasiones: Parcialidad, orgullo, venganza y egoísmo, alejados de la justicia,
equidad, modestia y piedad.
Lamentablemente y ante un panorama tan pesimista y sin
propuestas técnicas y políticamente viables, los políticos, la Burocracia y la
Academia se respaldan en un discurso intoxicado de charlatanería que populariza
palabras y conceptos como: articular,
coordinar, dialogo, preocupación, mayor preocupación, investigar, diagnosticar,
lo políticamente correcto, debido proceso, pruebas de descargo, hasta las últimas
consecuencias, todas las opciones sobre la mesa, territorio, entre otros.
Pero, brillan por su ausencia conceptos como estrategia, acción inmediata, control de calidad, trabajo, ahorro,
templanza, disciplina, magnificencia, valor agregado, veracidad o lo
correctamente político. Sin embargo, las promesas de campaña se saturan de
discursos plagados de artificios que rebajan la imagen sobre el electorado
hasta la imbecilidad, mediante propuestas absurdas que bordean la ficción,
aunque el problema del populismo exacerbado no es un fenómeno exclusivo de los
países de América latina. Sobre este particular, en muchos países, se constata
un divorcio total entre beneficios y recursos sin pensar en la necesaria e
indispensable alineación y equilibrio que debe existir entre la generación de
valor agregado y distribución justa del valor agregado, problema muy conocido
que afecta incluso a países de altos niveles de desarrollo como la República
Federal de Alemania (Ver: DW Documental. Alemania-País de Desigualdad. YouTube)
o la República de Francia (de ahí la crisis desatada por los chalecos
amarillos), donde se evidencian a veces las contradicciones intrínsecas al
“Estado de Bienestar”.
¿Cuál sería entonces el dispositivo
institucional por el cual se aumenta la probabilidad de que converjan los
intereses de gobernantes y gobernados, para no alentar el descontento,
la subversión y la pérdida de la paz? ¿Bajo qué mecanismo
los primeros se verán impulsados a promover las libertades y derechos ciudadanos?
Ese mecanismo continúa siendo la «democracia representativa pura»,la democracia
como un statu, como una forma de
vida, en la búsqueda de la igualdad social y política, pero la democracia en
público, como garantía de la soberanía
popular en su forma de expresión más extensa que es el sufragio para las clases
numerosas en términos de igualdad: «cada cabeza un voto», someter y escoger el
gobierno a elecciones periódicas mediante el voto secreto, “evitar que los
gobernantes, una minoría, opriman a la mayoría”, e institucionalizar mecanismos de control con “dientes” para que la
sociedad civil controle la gestión de los asuntos públicos y se exija
eficiencia en el manejo de los recursos públicos. Para ello, es
indispensable promover el activismo político y la formación de una ciudadanía
consciente que sabe y actúa porque sabe lo que es correctamente político, y no
lo políticamente correcto, o lo aparentemente correcto o lo convencionalmente
correcto.
Nos referimos entonces a esa democracia que desde hace
más de 150 años se la concibió como un statu,
una forma de ser, una forma de vida (Tocqueville), que puede o no encarnarse en
instituciones bajo diferentes fórmulas, como la democracia parlamentaria, la
monarquía parlamentaria clásica, la democracia presidencialista y
semipresidencialista con sistemas electorales, controles sociales, división de
poderes y todo lo demás respecto a libertades, virtudes (cívicas) y derechos
(republicanos, etc.). Sin embargo, la mera existencia de tales instituciones no
es automáticamente garantía de la existencia de un sistema democrático, ya que,
frecuentemente, tales instituciones no son más que un artificio para solapar o
camuflar regímenes dictatoriales, corruptos, criminales, o el ejercicio del
poder y dominio de hombres sobre los hombres.
La democracia, al igual que las instituciones, funciona bajo
principios, normas, leyes, procedimientos, y en la aplicación de principios y
búsqueda de objetivos y metas que son formuladas por seres humanos y responden
a las aspiraciones que plantean las comunidades políticas organizadas,
disponiendo para ello de toda una variedad de recursos necesarios para su
correcto funcionamiento, entre ellos, el recurso humano. En pocas palabras, los
sistemas e instituciones funcionan porque existen seres humanos que las operan
y toman decisiones siguiendo las reglas del juego establecidas, las cuales
pueden ser respetadas, aplicadas, o, al contrario, manipuladas, violentadas, o
interpretadas en función de intereses personales o de grupos ciudadanos o de
Fondos de Inversión y corporaciones vinculadas a los centros de poder. Menuda
situación la que enfrentan los ciudadanos comunes y corrientes que cuentan con
el honesto sudor de su frente para alcanzar los sueños de una vida mejor, en
paz y tranquilidad. Insistimos entonces en institucionalizar mecanismos de control
con “dientes” para que la sociedad civil controle la gestión de los asuntos
públicos y reivindicar con firmeza lo que Tocqueville ya confirmaba hace más de
ciento cincuenta años, que el poder y la soberanía radica en el pueblo, como
ley de las leyes, donde la sociedad actúa sobre sí misma y donde no existe
poder fuera de ella como la causa y finalidad de todo.
Harry Martín Dorn Holmann
Profesor