miércoles, 6 de octubre de 2010

HACIA UN LIDERAZGO ÉTICO

Cuando David Jume escribió sus famosos ensayos políticos hace mas de doscientos años, es muy probable que para el entorno de la época estos planteamientos hayan significado un enorme avance en cuanto a frenos y controles previstos en la constitución y sus consecuencias casi “matemáticas”, debido a las fuerzas de las leyes y formas de gobierno planteadas por él. Para Hume, la reducción drástica de la discrecionalidad en los temas constitucionales y de gobierno era motivo suficiente para garantizar una buena gestión de gobierno, “incluso para los malvados, mirar por el bien publico”. En pocas palabras, bastaba una normatividad clara y bien concebida y una constitución que prevea o facilite el control de la gestión del gobierno para garantizar una buena gobernabilidad en el marco de un régimen “republicano y libre”. Esto me hace recordar también a Max Weber cuando se refiere a la racionalidad del derecho pactado u otorgado con arreglo a fines y/o valores, a ser respetados por los miembros de una asociación, y que la administración supone el cuidado racional de los intereses previstos por las ordenaciones de la asociación de acuerdo a las normas establecidas. Para Weber, Estado y empresa son esencialmente homogéneos, y así como el oficial superior atiende los asuntos de la guerra desde su despacho, el funcionario público decide acerca de las necesidades desde la administración. División del trabajo, competencias fijas, formalismo documental y superioridad jerárquica, son entre otros los factores de diferenciación y modernización del Estado, el ejercito y la empresa.

Doscientos años y cien años después de Hume y Weber, hoy en día, hablar de gobernabilidad y gobierno corporativo sin referirse a las prácticas implantadas por los líderes políticos en el gobierno y estilos de gestión a nivel de empresas sería incurrir en un enorme vacío. Una Constitución, normas claras, reglas y procedimientos precisos, estructuras organizacionales y técnicas de gestión adecuadas son elementos importantes pero no los únicos para una buena gestión de gobierno o gestión empresarial. Es el liderazgo político y empresarial el que toma un papel relevante y cada mes mayor en términos de gobernabilidad, y el Ecuador de hoy con todos sus problemas y amenazas (desempleo, emigración, inseguridad ciudadana, inseguridad jurídica, narcotráfico y narcolavado, corrupción, bajísima productividad, crisis de valores, déficit educacional, y otros) es la mayor prueba de ello, a pesar de las constituciones y abundante normatividad en todos los ámbitos después de 30 años continuos de “vigencia de la democracia”. Por finalizar la primera década del siglo XXI, estamos todavía muy lejos de aquel ciudadano virtuoso que Montesquieu consideraba indispensable para vivir bajo un régimen de derecho.

En las empresas modernas, se habla cada ves mas en términos de capital humano y de incentivos a la creatividad y productividad de este capital humano, promocionando al máximo el conocimiento explicito traducido en bienes y servicios para la comunidad o sociedad civil. Se repotencian las capacidades, se entrena y educa al personal, se inspira la interiorizacion de normas y la alineación conciente y voluntaria a la doctrina, principios y objetivos de la organización. En otras palabras, el estudio del liderazgo y la formación de líderes se convierte en una línea de acción cada ves más importante para las universidades, tanto en el campo de la política como en el campo de la economía y la administración. Y es en esa línea que formulamos entonces nuestra pregunta de investigación:

¿Bajo que condiciones el liderazgo que predomina durante los periodos presidenciales en América Latina es un liderazgo de conveniencia, arrivista, que busca mantener un status-quo para consolidar e incrementar privilegios y tratos diferenciados en el marco de la institucionalidad liberal democrática?

Se acusa a muchos periodistas, comerciantes, banqueros, académicos, empleados de gobierno y elites partidistas, de aplicar una filosofía política totalmente conformista y de no compromiso, salvo cuando hay intereses o coincidencia con los intereses del Gobierno de turno. Las divergencias se solucionan por acuerdos y compromisos que ceden participación a los grupos en conflicto sin tomar en cuenta los intereses de la colectividad. En tal contexto, la integración social y las aspiraciones comunitarias son relegadas solamente para el discurso ideológico e intervenciones públicas, para el buen marketing político, pero en la realidad, este tipo de liderazgo no tiene norte, carece de misión y compromiso social, tampoco señala una meta o un programa político claro que tracen una trayectoria de gestión en función de los intereses de la comunidad.

¿Es una realidad este tipo de liderazgo fundamentalmente “comodín”, que trata de acoplarse con las fuerzas en disputa y se adapta a las circunstancias? Se lo caracteriza sin personalidad propia, evasivo o distante, quejoso y aparentemente inconforme, pero carente de planteamientos o de un proyecto político que transparente su condición y legitime su acción, de ahí su falta de Responsabilidad Social. Se lo critica por la ausencia de un modelo económico y de políticas que incentiven e impulsen la productividad y el uso eficiente de los recursos de la comunidad, de ahí su falta de Responsabilidad Económica. En definitiva, es un liderazgo decadente que se aferra a rangos y privilegios sin más meritos que apelar a la tradición y la herencia, sin referencia alguna al trabajo, la formación, el esfuerzo, o la meritocracia.

Este tipo de liderazgo, tal como lo hemos vivido y sufrido en América Latina, busca esencialmente la satisfacción de los actores más que el bien común, y se declara por principio, enemigo de la excelencia. Toda acción e influencia sobre los demás, tiene como sola finalidad la acumulación de poder, para consolidar la autoridad que confiere el cargo y obtener mayores beneficios personales o de grupo, al mínimo esfuerzo posible. A largo plazo, se busca sencillamente reproducir las relaciones de poder. Basta con analizar las crisis tan frecuentes, las cifras de crecimiento económico y redistribución del ingreso, el desempleo, la calidad del gasto publico y las condiciones físicas de los sistemas de salud y sistemas educativos para presumir enfáticamente que existen indicios de verdad en tales aseveraciones. Aun mas, es un liderazgo cínico o procaz que no vacila en sacar provecho de las desgracias que él mismo provoca, llámense estas desempleo o emigración masiva.


No debe extrañarnos entonces que medios de comunicación respetables como El Comercio de la ciudad de Quito, opinen que “La Babel se Construye en Sudamérica”, y que países como Ecuador causan desconcierto por la falta de una estrategia nacional, agregando que existe una mezquina confusión entre intereses de gobierno y una política de estado: “En América Latina la situación no puede ser mas caótica. Cada estado, en la coyuntura de su gobierno se empeña en experimentos políticos de impredecibles consecuencias”. (El Comercio, 22 de agosto del 2004. Quito, Ecuador. )

Nuestros lideres no interiorizan que el Estado es también una realidad político-administrativa, y como tal, una ves que un partido político accede a dirigir los destinos de un país mediante la institución del sufragio, es su obligación gobernar en forma consistente y coherente con las aspiraciones y visión que la comunidad tiene de la sociedad global. Es mas, Se supone que el programa político del partido que obtiene la preferencia electoral es el que mejor responde a esta concepción de la comunidad, pero todos sabemos que esto no es necesariamente así, y que los fenómenos electorales están correlacionados con otros tipos de estímulos clientelares que nada tienen que ver a veces con la ideología o con el bienestar de las grandes mayorías.

Lamentablemente, la popularidad, el respaldo y la legitimidad de un gobierno sí está estrechamente vinculada a la atención que este gobierno proporcione a “ciertas” aspiraciones de grupos de interés (política crediticia, aranceles, política cambiaria y otros) o grupos comunitarios (bono de la pobreza, vivienda popular focalizada, instalaciones deportivas), que son mucho mas sensibles a los beneficios de corto plazo que a la consistencia ideológica y programática de un partido y soluciones de largo plazo, de ahí el peligro y las consecuencias negativas de las políticas clientelares y populistas. De ahí también la ausencia de políticas de Estado a largo plazo buscando superar las barreras del subdesarrollo, dando prioridad al discurso y promesas demagógicas que reproducen las relaciones de poder.


¿Bajo que condiciones la conformación de un nuevo liderazgo hasta hoy podría cambiar la realidad política, económica y social de los países latinoamericanos?

Lo anterior, es una triste realidad que tiene que cambiar mediante la educación y formación cívica de nuestros jóvenes estudiantes, de nuestros pueblos, como una labor titánica que debe enfrentar la sociedad en general y nuestra Universidad en particular, con mallas curriculares al tiempo con la modernidad, para convertir a la sociedad civil en un verdadero sustento de la sociedad política, orientando y controlando la acción de gobierno mediante una inteligente y constante militancia política comprometida. Esta identificación solidaria con la acción política desde la sociedad civil es lo que proporciona constancia y vigor a la acción de los poderes públicos a través de sus líderes. Identificación solidaria que no debe convertirse en simple acatamiento mecánico de la voluntad popular, puesto que el dialogo y la comunicación constante es fundamental para la redefinición constante del programa de gobierno, por efectos de la misma dinámica social y del mundo globalizado en permanente evolución.

Reconocer las necesidades sociales, definir sus patrones de comportamiento y patrones de consumo, establecer los requisitos de la población y fijar la normatividad para la entrega de beneficios, de bienes y servicios públicos, diseñar una administración ágil y descentralizada para atender a la colectividad y receptar sus opiniones e impresiones, administrar eficaz y eficientemente los recursos de la comunidad, todo este proceso continuo nos permitirá diseñar y rediseñar un programa político realista y dinámico que incorpore los cambios del entorno, y cumpla con las exigencias de calidad de nuestros ciudadanos, para obtener así la legitimación y respaldo que todo gobierno requiere permanentemente. Por otra parte, son los recursos sociales los que se invierten mediante la formulación de una estrategia política y económica que optimice el grado de satisfacción y bienestar de la población, utilizando el mínimo de capital y maximizando esfuerzos por parte del estado, para lo que se requiere actuar con un gran sentido de Responsabilidad Económica.

Esta combinación de motivaciones racionales y capacidad de gestión es lo que hace especialmente difícil y delicada la función publica, en sus instancias política y administrativa, puesto que el hombre de estado debe demostrar capacidad política y administrativa para formular la estrategia adecuada e impulsar la realización de objetivos y metas claras y legitimas, pero además, superar los conflictos que se originan por la competencia política y falta de cooperación que existe en la burocracia estatal y la eterna disputa por disponer de recursos escasos, olvidando o ignorando las razones por la que desempeñamos una función y la finalidad de nuestras organizaciones publicas. Hablamos entonces de luchar en contra del “circulo vicioso de la burocracia”.

Son precisamente estas distorsiones de la coherencia institucional las que deben ser rectificadas y evitadas, mediante un liderazgo enérgico y permanente, que enderece a tiempo cualquier decisión estratégica equivocada como resultado de estas maniobras políticas, pero que sepa proyectar con inteligencia, dedicación y ejemplo, cual es la visión que tenemos de nuestra sociedad del futuro. En definitiva, nuestros lideres políticos deben aspirar a la “calidad total” en el diseño de sus programas políticos, en la acción administrativa para la entrega de beneficios y provisión de bienes y servicios, en los requerimientos de las bases electorales, en las aspiraciones de la población en general, y en el control de los recursos sociales que el poder publico utiliza.

Hacia donde queremos llevar nuestros países, que esperamos de nuestros gobiernos, como lograr que nuestros deseos se hagan realidad, cuales son los pasos que tenemos que dar para alcanzar esa visión de futuro, con que recursos contamos para ello y como distribuirlos, quienes están mejor preparados para dirigir nuestro destino, como interpretan ellos nuestro proyecto futuro, que podemos hacer para comunicar bien nuestras ideas; esta es la calidad del dialogo que debemos entablar entre la comunidad y nuestros lideres. Enriquecido el capital cultural con este tipo de comportamiento, interiorizados en el inconsciente colectivo estas normas y valores (como las mejores y los superiores), es la sociedad la que se convierte en nuestro catecismo político, en nuestra guía, en nuestro sustento moral, y su reconocimiento es lo único que otorga legitimidad a nuestras actuaciones.

Esta consistencia entre “cultura social” y acción política es lo que evita precisamente la fracturación que históricamente ha causado tanto retrazo en nuestras sociedades, cuando predomina el interés grupal, que a la larga, no solo afecta a la sociedad en su conjunto, sino que también perjudica los propios intereses de quienes promueven la irracionalidad política y social.

2 comentarios:

  1. Estimado Harry:

    Me gustó mucho su análisis sobre lo que termina siendo un problema, tanto social-cultural, como institucional-ideosincrático del país. Acerca de los intereses particulares, cabe acotar países donde los intereses de los grupos élites y grupos de presión han servido como una veeduría civil: Estados Unidos. Un país donde hacer lobbing no es necesariamente lo mismo que nosotros conocemos como cabildeo. Y si bien las grandes corporaciones son las que terminan influenciando en las tomas de decisiones del congreso, la enmienda más recurrida por el pueblo norteamericano sigue siendo la número 10.

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  2. Bueno el comentario. La diferencia basica consiste en que ellos aceptan el conflicto como algo natural en un regimen democratico y tratan de superarlo. El conseguir consensos es una practica común y el ejercicio de la hegemonía tambien. Nosotros en cambio tratamos mas de manipular la "institucionalidad democratica" solo hacia una direccion. Recuerdas? es la gobernabilidad en la ingobernabilidad.

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