SOBRE
LOS DEBATES ENTRE CANDIDATOS
El
día de ayer por la noche decidí entrevistar a ciertos famosos por su
pensamiento político para analizar ciertos aspectos acerca del debate entre
candidatos y, especialmente, para despejar ciertas dudas y legitimar
preocupaciones que surgen de escuchar las respuestas (ataques, acusaciones,
denuncias, entre otros) de los participantes en la lid electoral.
Por
razones metodológicas, preferí como siempre partir de lo clásico a lo moderno,
razón por la cual cedí el primer honor nada más y nada menos que a Don Niccoló
Machiavelli, cuyo apellido, a pesar de ignorar los aspectos profundos de su
obra, se ha convertido en sinónimo de ciertos comportamientos o de ciertas
actividades en el campo de la política.
¿Debate? ¿Me hablas de debate?
Me inquirió furioso más que incomodo o avergonzado, porque la política es la lucha por el poder y la conservación del
poder, no un cruce de acusaciones en una carrera por desprestigiar al
contendor, para que el público se pronuncie a favor del menos corrupto, del
menos inmoral, o del que menos evade impuestos, o del que menos recauda fondos
para devolver favores a los amigos una vez en el poder. Que decepción,
prometí a Don Niccoló que trataría de hacer llegar por algún medio confiable un
ejemplar de “El Príncipe” a ambos candidatos, para que se enteren, que lo
primero y más importante en su obra es el
dominio de la conducta.
Tomó
entonces la palabra el magnífico Hobbes, acompañado como siempre por su
Leviatán para su seguridad personal, quien confirmó, una vez más con sus
propias palabras, que el hombre es el
lobo del hombre, y que la democracia tal como ce la concibe no es más que la
fachada de ejercer el poder por el poder, lo que impediría la generación de un
pacto para superar un estado de naturaleza donde cada cual se deja vencer por
sus pasiones, tal como lo demuestran las propias palabras de los candidatos,
una guerra de todos contra todos, hasta con los miembros del propio partido.
Insisto, culminó Hobbes, que los seres humanos necesitan estar sometidos al
poder de la espada, pues es este poder el que por temor los obliga a abandonar
esa miserable condición de agresividad y enfrentamiento, y respetar bajo el
temor al Leviatán las leyes de la naturaleza (justicia, equidad, modestia,
piedad) y no las pasiones(orgullo, venganza, egoísmo, parcialidad).
Desilusionado,
deprimido, busqué refugio en el buen Jhon Locke, padre del liberalismo burgués,
gran defensor de las libertades y derechos, promotor del Estado mínimo,
defensor de la sociedad civil, enemigo de la concentración de poderes y abuso
de poder. Pensé que el comprendería un poco más la situación política de un
país que se cobija en muchos (no
todos) de sus pensamientos y
planteamientos en sus ensayos sobre el gobierno civil. ¡Qué va! Locke estuvo
incluso más crítico.¿Dónde quedó la
soberanía popular? ¿No es esto la soberanía del escándalo? ¿No es el escándalo
y la escalada de lo escandaloso a lo más escandaloso lo que determina el
resultado de la contienda electoral? ¿Cuáles son las precondiciones para el
orden político que los candidatos proponen? ¿La denuncia? ¿La confrontación escandalosa?
No he presenciado de ninguna manera gestos de tolerancia, de protección del
honor y la moral de nuestros semejantes, ¿Qué será lo que estos señores candidatos
han aprendido de la experiencia vivida? ¿Dónde se perdió o extravió el respeto
a la sociedad civil? De la experiencia provienen precisamente las ideas
sencillas, complejas y las relaciones de causalidad. Los individuos son parte
de este mundo natural al igual que los derechos naturales que les pertenecen
y constituyen los valores supremos que
la sociedad organizada debe defender. Estos derechos se mantienen vigentes
cuando el individuo ingresa y forma parte de una organización social y todo
gobierno tiene la obligación de protegerlos y satisfacerlos: la vida, la salud,
la propiedad, la libertad. Pero, no he escuchado absolutamente NADA al
respecto. Se han referido exclusivamente al manoseo de mujeres, perdida de
mensajes vía Internet, insultos y amenazas vía Twitter (que no sé qué significa
eso),millones de dólares recibidos para una fundación (que tampoco entiendo
para que sirve eso, a lo mejor entendí mal y se trata de una “fundición”),actos
de terror (entiendo que se refieren al Leviatán de Hobbes que debe andar suelto
haciendo diabluras) pero nada sobre generar valor agregado, atraer nuevas
inversiones, crear empleos, redistribuir el ingreso por la vía del trabajo
digno y eficiente, cuidar a la población, garantizar libertades y derechos de última
generación, entre otras cosas que deben preocupar a los políticos, como primera
prioridad. Por último, alguien por ahí culpó a los latinos (¿?) o algo así como
hispanos, por haber causado tanta degeneración y relajo en una nación tan
desarrollada y civilizad. ¿Y la defensa de la sociedad civil burguesa que tanto
defendí?
Quedé
peor. Fui por lana y salí realmente trasquilado. Pero fue Tocqueville quien se
pasó de la raya y me terminó de frustrar. Él había conocido los Estados Unidos
en el siglo XIX y había escrito algo acerca de La democracia en América, y entre muchas otras cosas, había escrito
que la soberanía popular se desplaza hacia el ámbito individual, en la figura
del ciudadano, capaz de contraponer su fuerza, sumada a la de los demás, al
monopolio despótico del poder. La democracia es una manera de ser de la
sociedad, es una forma de vida y la soberanía del pueblo es una forma de
gobierno. La democracia es un dado «de facto», una condición de igualdad en la
que los hombres viven. Pero Tocqueville increpaba totalmente decepcionado ¿Dónde ha quedado la soberanía popular?
¿Donde se perdió esa forma de vida que yo tanto admiré? ¿Dónde quedó aquella
maravillosa forma de ser y de sentirse iguales entre los ciudadanos de ese
país? De acuerdo a lo que escuché durante el debate, son los parámetros de la
corrupción y la inmoralidad los que deciden la suerte de la participación
política y las divisiones de la sociedad entre negros, latinos o hispanos o blancos,
en sus debidas proporciones, es lo que puede dar el triunfo a uno u otro
candidato, dependiendo de su discurso populista y demagógico. Por lo visto, concluyó
el compañero Tocqueville, se perdió aquel
valioso arraigo de la soberanía popular en los propios individuos, esa
soberanía que definía el carácter político y nacional del país que yo conocí, esa
soberanía de un pueblo que quería y tenía la voluntad de ser libres, tal como
lo demostró durante su independencia del Imperio Británico. Hoy en día, es la
prensa, las encuestas, los aportes, las denuncias y los intereses del Establishment
los que deciden la orientación del voto.
Terminado
el panel, salí del set de entrevistas y opinión absorto en mis pensamientos y
dominado por mis frustraciones. Con tan mala suerte, que me encuentro frente a
frente con mi amigo Kant, quien llegaba retrasado a la reunión, pero luego de
saludar y disculparse arremetió contra el espectáculo bochornoso, visiblemente
perturbado, pues argumentaba que, construir
un Estado de derecho es una obligación moral, no inmoral, pues la competencia
por la inmoralidad destruye, no construye.
El ser más o menos inmoral no justifica el ejercicio del poder en más o
en menos, pues el respeto a la Ley Moral es un imperativo categórico, un mandato
incondicionado que deriva de la razón, no del interés por el poder, pues se
respeta la Ley Moral porque se debe hacerlo, así sin más. No se trata de abusar
de diez o de cien mujeres, o de ejercer el poder de forma invisible para
ocultar errores y enemigos fabricados o intereses ocultos, no se trata de
mentiras piadosas, ¡no! Pues cuando se ejerce legítimamente el poder, hay que
ejercerlo de acuerdo a la Ley Moral.
Quise
aprovechar para obtener una opinión sobre la situación caótica e inhumana de
Irak y Siria, pero no me dejó continuar más allá de la pregunta, se llevó el
dedo a los labios en señal de silencio y me advirtió: Ni hablar de eso. ¡Ya todo está dicho!
No hay comentarios:
Publicar un comentario