jueves, 27 de octubre de 2016

DEBATE PRESIDENCIAL DESDE LA TEORÍA POLÍTICA

SOBRE LOS DEBATES ENTRE CANDIDATOS

El día de ayer por la noche decidí entrevistar a ciertos famosos por su pensamiento político para analizar ciertos aspectos acerca del debate entre candidatos y, especialmente, para despejar ciertas dudas y legitimar preocupaciones que surgen de escuchar las respuestas (ataques, acusaciones, denuncias, entre otros) de los participantes en la lid electoral.
Por razones metodológicas, preferí como siempre partir de lo clásico a lo moderno, razón por la cual cedí el primer honor nada más y nada menos que a Don Niccoló Machiavelli, cuyo apellido, a pesar de ignorar los aspectos profundos de su obra, se ha convertido en sinónimo de ciertos comportamientos o de ciertas actividades en el campo de la política.
¿Debate? ¿Me hablas de debate? Me inquirió furioso más que incomodo o avergonzado, porque la política es la lucha por el poder y la conservación del poder, no un cruce de acusaciones en una carrera por desprestigiar al contendor, para que el público se pronuncie a favor del menos corrupto, del menos inmoral, o del que menos evade impuestos, o del que menos recauda fondos para devolver favores a los amigos una vez en el poder. Que decepción, prometí a Don Niccoló que trataría de hacer llegar por algún medio confiable un ejemplar de “El Príncipe” a ambos candidatos, para que se enteren, que lo primero y más importante en su obra es el dominio de la conducta.
Tomó entonces la palabra el magnífico Hobbes, acompañado como siempre por su Leviatán para su seguridad personal, quien confirmó, una vez más con sus propias palabras, que el hombre es el lobo del hombre, y que la democracia tal como ce la concibe no es más que la fachada de ejercer el poder por el poder, lo que impediría la generación de un pacto para superar un estado de naturaleza donde cada cual se deja vencer por sus pasiones, tal como lo demuestran las propias palabras de los candidatos, una guerra de todos contra todos, hasta con los miembros del propio partido. Insisto, culminó Hobbes, que los seres humanos necesitan estar sometidos al poder de la espada, pues es este poder el que por temor los obliga a abandonar esa miserable condición de agresividad y enfrentamiento, y respetar bajo el temor al Leviatán las leyes de la naturaleza (justicia, equidad, modestia, piedad) y no las pasiones(orgullo, venganza, egoísmo, parcialidad).
Desilusionado, deprimido, busqué refugio en el buen Jhon Locke, padre del liberalismo burgués, gran defensor de las libertades y derechos, promotor del Estado mínimo, defensor de la sociedad civil, enemigo de la concentración de poderes y abuso de poder. Pensé que el comprendería un poco más la situación política de un país que se cobija en muchos (no todos) de sus pensamientos y planteamientos en sus ensayos sobre el gobierno civil. ¡Qué va! Locke estuvo incluso más crítico.¿Dónde quedó la soberanía popular? ¿No es esto la soberanía del escándalo? ¿No es el escándalo y la escalada de lo escandaloso a lo más escandaloso lo que determina el resultado de la contienda electoral? ¿Cuáles son las precondiciones para el orden político que los candidatos proponen? ¿La denuncia? ¿La confrontación escandalosa? No he presenciado de ninguna manera gestos de tolerancia, de protección del honor y la moral de nuestros semejantes, ¿Qué será lo que estos señores candidatos han aprendido de la experiencia vivida? ¿Dónde se perdió o extravió el respeto a la sociedad civil? De la experiencia provienen precisamente las ideas sencillas, complejas y las relaciones de causalidad. Los individuos son parte de este mundo natural al igual que los derechos naturales que les pertenecen y  constituyen los valores supremos que la sociedad organizada debe defender. Estos derechos se mantienen vigentes cuando el individuo ingresa y forma parte de una organización social y todo gobierno tiene la obligación de protegerlos y satisfacerlos: la vida, la salud, la propiedad, la libertad. Pero, no he escuchado absolutamente NADA al respecto. Se han referido exclusivamente al manoseo de mujeres, perdida de mensajes vía Internet, insultos y amenazas vía Twitter (que no sé qué significa eso),millones de dólares recibidos para una fundación (que tampoco entiendo para que sirve eso, a lo mejor entendí mal y se trata de una “fundición”),actos de terror (entiendo que se refieren al Leviatán de Hobbes que debe andar suelto haciendo diabluras) pero nada sobre generar valor agregado, atraer nuevas inversiones, crear empleos, redistribuir el ingreso por la vía del trabajo digno y eficiente, cuidar a la población, garantizar libertades y derechos de última generación, entre otras cosas que deben preocupar a los políticos, como primera prioridad. Por último, alguien por ahí culpó a los latinos (¿?) o algo así como hispanos, por haber causado tanta degeneración y relajo en una nación tan desarrollada y civilizad. ¿Y la defensa de la sociedad civil burguesa que tanto defendí?
Quedé peor. Fui por lana y salí realmente trasquilado. Pero fue Tocqueville quien se pasó de la raya y me terminó de frustrar. Él había conocido los Estados Unidos en el siglo XIX y había escrito algo acerca de La democracia en América, y entre muchas otras cosas, había escrito que la soberanía popular se desplaza hacia el ámbito individual, en la figura del ciudadano, capaz de contraponer su fuerza, sumada a la de los demás, al monopolio despótico del poder. La democracia es una manera de ser de la sociedad, es una forma de vida y la soberanía del pueblo es una forma de gobierno. La democracia es un dado «de facto», una condición de igualdad en la que los hombres viven. Pero Tocqueville increpaba totalmente decepcionado ¿Dónde ha quedado la soberanía popular? ¿Donde se perdió esa forma de vida que yo tanto admiré? ¿Dónde quedó aquella maravillosa forma de ser y de sentirse iguales entre los ciudadanos de ese país? De acuerdo a lo que escuché durante el debate, son los parámetros de la corrupción y la inmoralidad los que deciden la suerte de la participación política y las divisiones de la sociedad entre negros, latinos o hispanos o blancos, en sus debidas proporciones, es lo que puede dar el triunfo a uno u otro candidato, dependiendo de su discurso populista y demagógico. Por lo visto, concluyó el compañero Tocqueville, se perdió aquel valioso arraigo de la soberanía popular en los propios individuos, esa soberanía que definía el carácter político y nacional del país que yo conocí, esa soberanía de un pueblo que quería y tenía la voluntad de ser libres, tal como lo demostró durante su independencia del Imperio Británico. Hoy en día, es la prensa, las encuestas, los aportes, las denuncias y los intereses del Establishment los que deciden la orientación del voto.
Terminado el panel, salí del set de entrevistas y opinión absorto en mis pensamientos y dominado por mis frustraciones. Con tan mala suerte, que me encuentro frente a frente con mi amigo Kant, quien llegaba retrasado a la reunión, pero luego de saludar y disculparse arremetió contra el espectáculo bochornoso, visiblemente perturbado, pues argumentaba que, construir un Estado de derecho es una obligación moral, no inmoral, pues la competencia por la inmoralidad destruye, no construye.  El ser más o menos inmoral no justifica el ejercicio del poder en más o en menos, pues el respeto a la Ley Moral es un imperativo categórico, un mandato incondicionado que deriva de la razón, no del interés por el poder, pues se respeta la Ley Moral porque se debe hacerlo, así sin más. No se trata de abusar de diez o de cien mujeres, o de ejercer el poder de forma invisible para ocultar errores y enemigos fabricados o intereses ocultos, no se trata de mentiras piadosas, ¡no! Pues cuando se ejerce legítimamente el poder, hay que ejercerlo de acuerdo a la Ley Moral.

Quise aprovechar para obtener una opinión sobre la situación caótica e inhumana de Irak y Siria, pero no me dejó continuar más allá de la pregunta, se llevó el dedo a los labios en señal de silencio y me advirtió: Ni hablar de eso. ¡Ya todo está dicho!

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