sábado, 17 de septiembre de 2016

LAS POLÍTICAS DE INDUSTRIALIZACIÓN Y EL SESGO CONTRA EL CAMPO Y LA AGRICULTURA: ECUADOR, DOS DÉCADAS PERDIDAS Y DETERIORO DE LAS CONDICIONES POLÍTICAS, ECONOMICAS Y SOCIALES, 1980-2000.



ESTUDIOS DE ECONOMÍA POLÍTICA

LAS POLÍTICAS DE INDUSTRIALIZACIÓN Y EL SESGO CONTRA EL CAMPO Y LA AGRICULTURA: ECUADOR, DOS DÉCADAS PERDIDAS Y DETERIORO DE LAS CONDICIONES POLÍTICAS, ECONOMICAS Y SOCIALES, 1980-2000.


Septiembre, 2016

Por: Harry Martín Dorn Holmann


INTRODUCCION[1]
Con la segunda dictadura militar en la década de los setenta, Ecuador impulsa el modelo de industrialización por substitución de importaciones (ISI) estimulado en parte por los ingentes ingresos petroleros que permiten al estado destinar abundantes  recursos al desarrollo del sector, incluyendo el fomento de la producción en áreas no tradicionales como la industria del camarón en cautiverio y la modernización de la industria pesquera. Algunos sectores agrícolas serán igualmente favorecidos, como el sector bananero, sin que estos esfuerzos se manifiesten por cambios en la estructura de la propiedad agrícola, cambios en la estructura del ingreso nacional y desarrollo del mercado interno. Por el contrario, los grupos económicos terratenientes organizados (las cámaras de agricultura de costa y sierra), apoyados por sectores industriales de exportación,  boicotearon todas aquellas reformas y cambios estructurales, ya que unos y otros desestiman los proyectos redistributivos y la generación de capacidad adquisitiva para las clases medias y bajas de la población, peor aún para los pequeños campesinos de Sierra y Costa, pues no se atribuye a la agricultura ninguna posibilidad de contribuir con excedentes que apoyen la industrialización y creación de un mercado interno, con fines de desarrollo.
En definitiva, son los grupos de poder y relaciones de poder quienes invaden los centros de decisión del Estado y controlan las políticas del gobierno, en función de sus intereses políticos y económicos, dominando también los sectores productivo, financiero, y comercio local e internacional. Durante el gobierno de León Febres Cordero (1984-1988), ministros de estado y altos funcionarios de la administración pública provenían de bancos y financieras privados, del sector agrícola (ingenios azucareros privados) o del sector industrial.
Con el modelo ISI, se otorgó prioridad a las industrias intensivas en capital (falsas industrias, como la línea de electrodomésticos o línea blanca) controladas por los grupos económicos más fuertes de costa y sierra y orientadas en última instancia a los mercados de exportación, al igual que muchas actividades agrícolas y agroindustriales  como el banano y el camarón, sin mayores beneficios para las grandes mayorías, pobre generación de empleos en términos relativos (me refiero a la relación capital/trabajo), concentrando aún más la propiedad y el ingreso a nivel nacional.
Sin embargo, hay que reconocer los efectos colaterales o externalidades que produjo el modelo al incentivar la pequeña industria complementaria, tal es el caso de la línea blanca con sus partes y componentes menores producidos en el mercado local y toda una red de comercialización a nivel nacional, cuyas actividades fueron asumidas en gran parte en favor y desarrollo de las clases medias de Quito y Guayaquil especialmente. De igual manera, cabe resaltar la generación de empleo femenino en la industria camaronera de exportación, sobre todo en las grandes empacadoras de Guayaquil y Manta,  salvo en las piscinas de crianza y producción.
Los resultados fueron nefastos y la crisis no se hizo esperar prolongando sus efectos durante dos décadas, hasta fines del siglo XX e inicios del siglo XXI en que se produce la dolarización de la economía, la pérdida de confianza en las instituciones políticas, el colapso del sistema de partidos, el colapso de la representación, y la reacción popular generalizada: “Que se vallan todos”. Surgen entonces muchas interrogantes que motivan la investigación y reflexión sobre este tema. ¿Bajo qué condiciones se frustran los esfuerzos del Estado ecuatoriano en su impulso al desarrollo? ¿Qué responsabilidad recae en los grupos económicos sobre el incumplimiento de los objetivos del desarrollo? ¿Qué fallas podrían asignarse al modelo propuesto (ISI)? ¿Qué impidió la creación de un mercado interno? ¿Por qué la crisis financiera en la década de los ochenta y quienes soportaron el peso de la crisis?
ANTECEDENTES
El Ecuador ingresa en una fase de intenso crecimiento de su Producto Interno Bruto (PIB) sobre la base de exportaciones petroleras a inicios de la década de los setenta. El golpe de estado contra el Presidente José María Velazco Ibarra precede al gobierno militar cuyo presidente de la república designado es el General Guillermo Rodríguez Lara, quien inicia un proceso de desarrollo a través de la Junta Nacional de Planificación (JUNAPLAN) y su nuevo Plan Quinquenal que prevé, entre otros, un impulso al proceso de industrialización bajo la cobertura del proceso de integración andino.
La conformación de la Organización de Países Productores y Exportadores de Petróleo (OPEP) y el nuevo control e incremento en los precios que se produce en el año 1973, genera enormes excedentes en países como Arabia Saudita, Kuwait, Emiratos Árabes, entre otros, quienes no estaban preparados para absorber esos capitales, y adoptan, como medida inmediata, la colocación de dichos recursos en bancos europeos, lo que da origen a una sobreoferta de liquidez internacional, conocida como Petrodólares, que en un porcentaje interesante serán colocados a tasas y condiciones favorables (incluso sin garantías de ningún tipo) en los países latinoamericanos. Estas líneas de financiamiento adoptarán modalidades diversas, desde créditos directos de cartera, hasta líneas de crédito revolventes para apertura de cartas de crédito de importación, sin controles ni garantías, lo que otorga total y absoluta libertad a los empresarios ecuatorianos en cuanto al uso y destino de dichos recursos, y en cuanto a los límites del endeudamiento.
El Estado ecuatoriano se convierte también en un importante actor e impulsor de la industrialización del país por la vía de créditos y líneas de redescuento financiadas con recursos propios provenientes de las exportaciones petroleras, créditos de organismos internacionales y, adicionalmente, con la participación del sector privado mediante el endeudamiento directo  proveniente de bancos del exterior.
El Banco Central del Ecuador, el Banco Nacional de Fomento y la Corporación Financiera Nacional, ponen a disposición de grandes hacendados, grandes agricultores, bananeros, camaroneros, industriales y comerciantes, generosas líneas de crédito para financiar inversiones de capital, capital de trabajo, movilización de inventarios, promoción de exportaciones y operaciones directas, a través de líneas especiales como los bonos de desarrollo, las operaciones suigéneris, las aceptaciones bancarias, las operaciones FOPEX (Fondo de Promoción de Exportaciones), quienes tramitan y se benefician de dichos recursos a través de los bancos comerciales.
Se produce también el gran auge camaronero en cautiverio (piscinas) aprovechando la existencia de larva natural en toda la región costera, los precios y demanda del producto en el mercado internacional, las tierras especialmente aptas para la producción, y se impulsa también la industria pesquera, aprovechando el declive de la captura de anchoveta en el Perú, por lo que muchas industrias trasladan sus operaciones a Ecuador, además de las flotas e industrias ya existentes pertenecientes a grupos nacionales (Industrias Real, Industrial Pesquera Monteverde, Industrial Pesquera Jambelí, entre otras empresas).
De igual manera, el Estado financia la inversión de nuevas instalaciones industriales para la producción de electrodomésticos (refrigeradoras, cocinas, lavadoras, secadoras y comerciales) a través de dos grandes corporaciones, Ecuatoriana de Artefactos S. A. (ECASA) y la empresa DUREX de Guayaquil, para abastecer básicamente el mercado andino en el marco del proceso de integración.
Sin embargo, la falta de regulaciones, la ausencia de controles eficientes sobre el destino de los créditos y la poca autonomía del Estado ecuatoriano ante las élites políticas y empresariales, impidieron un proceso de inversión, de crecimiento económico, y de reformas adecuadas, lo cual degeneró en un sobreendeudamiento del sector público y privado, con una carga externa agobiante, que se incrementó aún más con los acuerdos del Hotel Plaza, disponiendo, o más bien imponiendo el aumento arbitrario de las tasas de interés de los créditos otorgados en América Latina, con la revalorización simultánea del Marco alemán y el Yen japonés, afectando seriamente las importaciones y la balanza de pagos de la región. Los efectos fueron inmediatos, las soluciones traumáticas, creando espacios para la gobernabilidad en la ingobernabilidad, arreglos cupulares forzados (la sucretización y socialización de la deuda externa, por ejemplo), ocasionando la crisis generalizada de las dos últimas décadas del siglo XX con graves repercusiones económicas, políticas y sociales, todo esto agravado por el cierre de las exportaciones a Bolivia y Perú y la implementación de cupos de importación por parte del gobierno de Colombia, lo que produjo la subutilización de ciertas instalaciones industriales y bajo rendimiento de los capitales invertidos.
EL PROBLEMA DE INVESTIGACIÓN
La sobreoferta de dólares en el mercado internacional de capitales, la ausencia de controles eficaces (por parte del Estado ecuatoriano, la banca nacional y la banca internacional), la baja productividad industrial y agrícola (la ausencia de desarrollo y apoyo tecnológico por parte del Estado), los generosos subsidios (bajos aranceles, certificados de abono tributario conocidos como CAT, tasas de interés y de cambio subsidiadas, entre otros) la fuga de capitales al exterior, la subfacturación en las exportaciones (durante la década de los setenta y ochenta existían dos tasas de cambio, mercado oficial y mercado libre), las falsas industrias (con pobre generación de valor agregado nacional y fallas técnicas institucionales en la formulación, evaluación, selección y financiamiento de los proyectos industriales y agrícolas), el cierre de ciertos mercados de exportación y un modelo consumidor neto de divisas, generaron déficits en las finanzas públicas y el sector externo (balanza de pagos), conocidos como la brecha fiscal y la brecha externa, lo que imposibilitó el cumplimiento de los compromisos internacionales por parte de  empresas ecuatorianas fuertemente endeudadas y los bancos nacionales intermediarios en tales operaciones.
Ecuador nunca superó la fase primaria del modelo de industrialización por substitución de importaciones (ISI) y no incursionó agresivamente en el mercado internacional tal como lo hicieron Japón y Corea del Sur luego de implementar rigurosos y modernos sistemas de control de la calidad total. Tampoco optó por implementar reformas agrarias profundas que redistribuyeran la propiedad y el ingreso y ampliaran el mercado nacional. Adicionalmente, la institucionalidad para el desarrollo o para la implementación del Plan de Desarrollo y modelos de gobierno no consideró el fomento de la producción en sectores estratégicos, como el sector agroindustrial, por ejemplo, especialmente en el callejón interandino, con gran abundancia de tierras fértiles aptas para la producción y procesamiento de granos, siendo también una de la regiones más privilegiadas del mundo para la producción y procesamiento del champiñón a escala industrial y de exportación  debido a la abundancia de materias primas (pasta de piñón, tamo de trigo y cebada, bagazo de caña, abono natural, tierra negra de Páramo, etc.) y extraordinarias condiciones climáticas, entre otros rubros.
En algunos casos, vale la pena aclarar, se otorgaron financiamientos pero no se tomaron las precauciones necesarias ni se proveyó de la asistencia técnica indispensable para alcanzar altos niveles de producción, generar economías de escala y mayor productividad y competitividad a nivel internacional. El auge de las plantaciones de espárragos y palmito fue posterior y cobra vigor a fines de los años ochenta, cuando la crisis se había producido y los efectos se habían materializado, pero a fines de los años setenta el número de conserveras agroindustriales importantes no llegaban al número de diez, destacando entre ellas Conservera del Valle por su producción diversificada. De esta manera, un sector económico de grandes proyecciones como es el sector agroindustrial, intensivo en mano de obra y generación de divisas, extremadamente amistoso con la pequeña y mediana explotación agrícola, no atrajo la atención que merecidamente pudo haber tenido.
La integración agroindustrial para la producción agrícola y procesamiento industrial de granos y productos enfocados a nichos de exportación podría haber favorecido la generación de alto valor agregado nacional, la redistribución del ingreso en amplios sectores de la Región Sierra y una importante contribución a la generación de divisas por sus exportaciones, más allá de los mercados andinos (las exportaciones de Champiñón de Paris al mercado europeo estaban más que garantizadas siendo un producto de consumo masivo).
Con el incumplimiento de los pagos a la banca internacional, la crisis no se hizo esperar. Colapsaron industrias locales y el sistema financiero, por lo que el estado ecuatoriano bajo la presidencia del Dr. Oswaldo Hurtado (1981-1984, luego del trágico accidente del Presidente Roldós) aprueba la ley de Estabilización Monetaria más conocida como la sucretización de la deuda externa, que en la práctica socializó el pago de tales compromisos al convertirse el Estado ecuatoriano en deudor ante la banca internacional. Bajo dicha ley y su reglamento, las deudas en dólares de los ciudadanos y empresarios ecuatorianos se convertían en obligaciones en sucres directamente con el Banco Central del Ecuador, a distintas tasas de cambio que se congelaban durante los periodos de gracia y amortización del capital e intereses, corriendo la perdida cambiaria a cargo del estado.
Con la sucretización de la deuda externa, la concentración de la propiedad y del ingreso se polarizó aún más, se aceleró el proceso inflacionario, se fortaleció finalmente el sistema financiero mediante la capitalización de los bancos con tramos adquiridos de la deuda externa a muy baja cotización (que sirvieron para la liberación de operaciones redescontadas en el Banco Central de Ecuador aceptando y aplicando los tramos de la deuda a su valor nominal), y se redujeron las inversiones y la calidad de los servicios sociales, especialmente salud y educación, durante los gobiernos neoliberales, especialmente del Arquitecto Sixto Durán Ballén (1992-1996) y su proyecto modernizador.  

Sobre este particular, los datos del Dr. Naranjo Chiriboga resultan impactantes:
“En conjunto, durante las dos décadas consideradas el PIB per cápita de los ecuatorianos se estancó, la inversión real tuvo caídas permanentes, los salarios reales se deterioraron continuamente, la devaluación del sucre alcanzó niveles record, la inflación estuvo en los dos dígitos altos, el desempleo sumado al subempleo superó el 50% de la población activa y la pobreza llegó a afectar a más del 75% de los ecuatorianos. El único dato económico o social positivo fue el aumento de las remesas enviadas por los emigrantes, que pasaron de 109 millones de dólares en 1991 a 1.084 millones en 1999”….”Paralelamente al severo retroceso económico sufrido en los años finales del siglo XX, el Ecuador, de acuerdo con UNICEF, experimentó el empobrecimiento más acelerado en la historia de América Latina en esos años. Entre el año 1995 y el año 2.000 el número de pobres subió de 3,9 a 9,1 millones”….”El gasto social per cápita disminuyó un 22% en educación y un 26% en salud. Asimismo, se produjo una masiva migración de ecuatorianos, en alrededor de unas 300 mil personas”….”Todo lo anterior fue acompañado de una mayor concentración de la riqueza. El 20% más pobre recibía en 1990 el 4,6% de los ingreso, mientras que solo obtenía en 1995 el 4,1% y en 1999 el 2,46%. Por el contrario, el 20% más rico de la población obtenía el 52% en 1990, el 54% en 1995 y el 61,2% en el año 1999 (Naranjo Chiriboga. 2007: 153-155).
A consecuencia de la crisis, en la década de los ochenta se consolidan aún más los grupos económicos poderosos que emergieron por alianzas estratégicas entre familias propietarias de empresas agrícolas, empresas industriales, bancos y financieras, y empresas comerciales, operando en distintos sectores: agrícola de exportación, comercio exterior, finanzas, agroindustria, industria, pesca, a lo largo y ancho de todo el espectro de generación de valor agregado (North, 1985). Son estas familias y alianzas, las que consolidan grupos de inmigrantes con familias “nobles” de larga data y capital internacional (North, 1985). No extraña entonces detectar que un mismo grupo relacionado posee al mismo tiempo un banco, una financiera, empresas agrícolas y pecuarias (bananeras, engorde de ganado, lechería), empacadoras de productos del mar, flota pesquera, hoteles, distribuidora de autos, tiendas de abarrotes, compañías de seguros, entre otros. La capitalización de las empresas y bancos con “tramos” de la deuda externa aplicados a créditos redescontados en el Banco Central contribuyó aún más a la concentración de capitales en manos de aquellos que tuvieron acceso a tales autorizaciones por parte de Junta Monetaria y Banco Central del Ecuador. Esta concentración del capital y poder económico degeneró en una penetración cada vez mayor del sistema político por el poder económico, desmantelando los empobrecidos sistemas de control estatal y debilitando aún más la pobre institucionalidad democrática, hasta que se produce un divorcio total con la sociedad civil y desconfianza que se manifiesta y culmina con la crisis generalizada a fines del siglo XX, la dolarización del sistema monetario ecuatoriano y el colapso del sistema financiero nacional, ocasionando enormes pérdidas a toda la población.
A manera de resumen, según Osvaldo Hurtado, ex presidente de la república y dirigente social demócrata, los logros y resultados de la democracia ecuatoriana a partir de 1979 y hasta 1996 (último año del mandato del presidente Sixto Duran Ballén) no se concretaron en mejoras de las condiciones de vida de los sectores populares:
“A pesar de los progresos aportados en el campo social, (alfabetización, electrificación rural, educación escolar, que principalmente beneficiaron a los campesinos), en general no ha representado un mejoramiento de las condiciones de vida del pueblo, como sí lo han conseguido otras democracias latinoamericanas. La tasa de crecimiento económico apenas ha superado a la de incremento de la población, una persistente inflación ha depauperado a los sectores medios y populares, se han deteriorado los servicios de salud, educación, seguridad social y justicia, la población en situación de pobreza ha aumentado y han crecido las distancias que separan a los ricos de los pobres (Hurtado, 2005: presentación, 13)”.
En definitiva, las dos últimas décadas del Siglo XX dejan sus huellas y consecuencias en la economía del Ecuador del Siglo XXI. Para conocer el estado de situación actual del país es necesario remitirse a las dos décadas perdidas de los años ochenta y noventa, caracterizadas por las crisis financieras internacionales y locales, la socialización de la deuda externa ecuatoriana, el abandono y deterioro de los sistemas de educación y salud, los daños causados por fenómenos naturales (terremotos y el fenómeno del niño), el empobrecimiento acelerado, la inestabilidad institucional y, el deterioro de medio ambiente.
¿Cuáles son los resultados, las consecuencias y reflexiones sobre una gestión del desarrollo durante los últimos veinte años de gobierno en el Ecuador y su integración interna y al mundo global?
El mal es generalizado. Leonardo Boff denuncia: “La tierra está enferma y amenazada” (Boff, 1997: 13). Según el autor, la tierra está enferma, porque el 79% de la humanidad vive en el Gran Sur Pobre, 1.000 millones viven en la pobreza absoluta, 3.000 millones tienen una alimentación insuficiente y 74 millones mueren de hambre o por enfermedades derivadas del hambre. Está enferma, porque las especies pasan por una experiencia similar: entre 1850 y 1950 desaparece una especie por año y en el año 1990 una especie por día. Se calcula que para el año 2.000 desaparecería una especie por hora (Boff, 1997). Finalmente, Boff reconoce el límite de los recursos renovables, la imposibilidad de un crecimiento indefinido, y los efectos devastadores del modelo de acumulación productivista de bienes y servicios; La desertización, la deforestación, el calentamiento de la tierra, la lluvia acida, y otros daños (Boff, 1997).
John Passé-Smith (2003) estudia la brecha entre países ricos y pobres y el ingreso per cápita promedio durante el período 1960-1998. El autor se refiere a David Morawetz, quien estudia el periodo 1950-1975 y confirma también que a pesar del rápido crecimiento económico la brecha entre países de altos ingresos y países pobres tiende a aumentar. Passé-Smith concluye que todos los análisis de distintas épocas y con distintos parámetros convergen en una misma dirección; Así lo confirma también Simón Kuznets en 1965 cuando determina el ingreso anual promedio per cápita en US$1,900 para los países ricos y de US$120 para los países pobres (Passé-Smith, 2003).
Según Carlos Larrea (2012), desde hace cuarenta años el mundo se nos presenta como un mundo en permanente crisis: Es la crisis del petróleo y el colapso del sistema monetario internacional en los años 70, la crisis de la deuda externa y modelo proteccionista en los 80, la crisis del neoliberalismo en los 90, el calentamiento global, el aumento de los precios del petróleo, la crisis europea actual, la sobreexplotación del planeta (Larrea: 2012) así como la crisis denominada Primavera Árabe que degeneró en guerras civiles, migraciones forzadas, proliferación y fortalecimiento de grupos terroristas y atentados terroristas en Francia, Bélgica, Inglaterra y Alemania.
Según Larrea, la inequidad social ha crecido, el desempleo estructural se ha profundizado y el medio ambiente se deteriora (Larrea, 2012). La distribución de la riqueza oscila perversamente entre el consumo suntuario para una pequeña minoría y situaciones de extrema privación para las grandes mayorías, con una reducida participación en el producto mundial para América latina y un desempeño poco satisfactorio para países pequeños, poco industrializados y poco diversificados, tal es el caso de Ecuador y Nicaragua.
Refiriéndose al impacto de las políticas neoliberales en América latina, Alberto Cimadamore y Fernando Lizárraga observan que según la CEPAL, “en 2005 se registraron 209 millones de pobres y 81 millones de indigentes, mientras que las cifras de 1980 daban cuenta de 136 millones de pobres y 62 millones de indigentes” (Cimadamore, Lizárraga, 2008: 13), y agregan, “Nunca antes se habían alcanzado semejantes niveles de pobreza en términos absolutos” (Cimadamore, Lizárraga, 2008:13).
Joseph Stiglitz (2012) proporciona argumentos que nos inducen a conclusiones similares acerca de los niveles de pobreza, y el rol desempeñado por el mercado y los grandes grupos corporativos. Según Stiglitz, el 1 % de la población mundial disfruta de las mejores viviendas, la mejor educación, y el mejor nivel de vida. La concentración de la propiedad y del ingreso generan desigualdades y consecuencias nocivas para la sociedad mundial como la inseguridad, el terrorismo, el narcotráfico, el narcolavado y el crimen organizado conexo, problemas sanitarios, bajos niveles de educación, desempleo y falta de oportunidades. Influye también el comercio internacional desigual y antidemocrático, las desventajas comparativas y el deterioro de los términos de intercambio para los países pobres (Stiglitz, 2012).
En cuanto al Ecuador específicamente, a partir de 1981, tal como lo afirma Carlos Larrea (2006a), la crisis de la deuda y el deterioro de los términos de intercambio afectaron enormemente al país. Las continuas devaluaciones de la moneda nacional y la revalorización del Yen japonés y Marco alemán también contribuyeron a la fuga de capitales y deterioro de la Balanza de pagos. El incremento en las tasas de interés sobre la deuda externa y sus renegociaciones incrementaron la deuda hasta los 16.392 millones, equivalentes al 57% del PIB y un declive de las relaciones de intercambio en un 44% entre 1982 y 1985 (Larrea, 2006a).
La respuesta a la crisis no se hizo esperar y se tomaron una serie de medidas centradas en el fomento de las exportaciones y crecimiento económico. Sin mayoría en el congreso, las medidas adoptadas durante la década, especialmente durante el periodo 1984-1988, se caracterizaron por la ausencia de consensos y un crónico conflicto político (Larrea, 2006a: 106) con un incremento de la brecha fiscal y repunte de la inflación, desmantelamiento de la protección arancelaria, liberalización de los mercados, liberalización de las tasas de interés y tipos de cambio, eliminación de los subsidios, todo ello “bajo presiones externas, en particular la condicionalidad impuesta por el Fondo Monetario Internacional” (Larrea, 2006a: 106).
Durante la década de los noventa se inicia una segunda fase de ajuste estructural por la vía de la modernización del Estado bajo el gobierno del Presidente Sixto Durán Ballén, con algunos logros en la reforma impositiva y reducción del déficit fiscal, la introducción del impuesto al valor agregado y la concesión de las principales vías de la Región Costa y Región Sierra del Ecuador. Estos pocos logros fueron revertidos “durante la corta administración populista del presidente Bucaram, caracterizada por la corrupción, el reaparecimiento de un abultado déficit fiscal y el repunte inflacionario” (Larrea, 2006a: 107). A partir de 1998 el país entra en una nueva etapa de profundización de la crisis, con un nuevo fenómeno del Niño en la Región Costa, la caída de los precios del petróleo y la crisis financiera internacional en el sudeste asiático (Larrea, 2006a).
Los efectos sociales fueron devastadores, “el estancamiento de la cobertura educacional, la declinante calidad en la educación y salud públicas, la caída del gasto social, la expansión del subempleo y desempleo, la creciente inequidad social, y un incremento en la incidencia y severidad de la pobreza” (Larrea, 2006a: 110-111).
Larrea  presenta unos índices realmente devastadores para aquel período: “la desnutrición crónica alcanzó el 41% en la sierra rural, y el 58% entre la población indígena. La mortalidad infantil en cantones como Guamote, Colta, Alausí, Sigchos y Cañar duplica la media nacional, que se mantiene aún en niveles altos (30 de cada 1000 niños mueren antes de cumplir un año)” (Larrea, 2006a: 111). La tasa de analfabetismo entre mayores de 14 años alcanza el 16% a nivel rural y del 9,1% a nivel nacional. A partir del 1998 la situación del empleo se complica aún más para los trabajadores en ciudades como Quito, Guayaquil y Cuenca, con el 10,8% de desempleo y el 42% de subempleo al igual que la redistribución del ingreso urbano: “El coeficiente de Gini, que mide la desigualdad social entre ricos y pobres, subió de 0,46, en 1998, a 0,57 en 1999, y a 0,62 en 2001” (Larrea, 2006a:114).
Con un escenario de tales características, la desconfianza en materia política en Ecuador llega a dimensiones extremas (Ramírez, 2011). Apenas el 8% de los ciudadanos manifiesta tener mucha o algo de confianza en los políticos y, para el periodo 1995-2006, el promedio de credibilidad no alcanza el 10% (Ramírez, 2011). Más alarmantes son los datos cuando el 61% de los ecuatorianos manifiesta que la democracia puede funcionar sin los partidos políticos (Latinobarometro, 2008 en Ramírez, 2011) y apenas  un 25% manifiesta confianza en el gobierno nacional, el poder ejecutivo y la Corte Suprema de Justicia (Ramírez, 2011).
Bajo este escenario de fin de siglo y luego de la caída del Presidente Lucio Gutiérrez, a partir del año 2006, el Ecuador incursiona en un nuevo proceso de cambio con el ascenso al poder del Economista Rafael Correa y su movimiento Alianza País, como punto de inflexión de una nueva y radical reorientación del modelo de desarrollo y matriz productiva, y un nuevo programa de gobierno para radicalizar el cambio.
REFLEXIONES TEÓRICAS Y APRENDIENDO DE LA EXPERIENCIA
Nuestro enfoque se sustenta en los análisis y postulados de Liisa North (1985, 2011), Hugo Pipitone (2001), Louis Lefeber (2008), Ricardo Grinspun (2008), Andrés Mejía (2002), Marco Córdoba (2011) y Pablo Andrade Andrade (2009), acerca de las dinámicas políticas y los procesos de reforma agraria y desarrollo industrial (modelo ISI) en América latina en general, y Ecuador en particular, mediante el análisis comparado de dichos procesos en el caso de Pipitone y especialmente en el estudio a nivel nacional, realizado por Liisa North (1985), quien inicia su trabajo con las siguiente interrogante: ¿Se beneficiaron las mayorías ecuatorianas con el crecimiento de la producción y expansión de los mercados capitalistas? ¿Se produjo una redistribución del ingreso a consecuencia de las reformas agrarias, el impulso a la industrialización y a los esfuerzos redistributivos del gobierno? ¿Hubo aumento del empleo? y, “la respuesta es negativa” (North, 1985: 425).
En primer lugar, Pipitone (2001) nos explica el desarrollo agrícola nacional como un soporte a la diversificación económica y la modernización del estado. Doble fracaso que ya caracteriza a América latina después de casi dos siglos de vida independiente, con un estado, instituciones públicas y estructuras agrarias incapaces de detonar e impulsar procesos de desarrollo de largo plazo. De ahí el déficits ya crónico de las tareas irresueltas: socialidad institucionalizada e innovación técnica y construcción del ciudadano en el mundo rural, lo que ha conducido a migraciones campo-ciudad, donde pobreza y delincuencia conviven con la opulencia y modernidad (Pipitone, 2001).
En segundo lugar, Ricardo Grinspun (2008) define el escenario ideal de una política rural en términos de control sobre los activos de producción, acceso a la educación y la salud, formación de capacidades empresariales, y diversos arreglos institucionales para la comercialización de productos y compras de insumos bajo esquemas cooperativos que garanticen la provisión de bienes agrícolas, generación de empleo, generación de ingresos, desarrollo de mercados locales y domésticos y desarrollo de infraestructura de irrigación y transporte. Este mismo escenario es propuesto por Lefeber (2008) con instituciones gubernamentales activas que mejoren los servicios y formulen programas de desarrollo con la participación de los beneficiarios directos de dichos programas.
Liisa North (1985) se pronuncia también por el fortalecimiento político y organizacional de pequeños productores agrícolas para promover el empleo, el abastecimiento interno, y el desarrollo rural como soporte del despegue industrial. En esta misma línea y concepción acerca de las capacidades de los beneficiarios directos en la solución de los problemas del desarrollo de sus comunidades, Akhter Hameed Khan propone una estrategia básica que incorpora a las organizaciones y redes sociales existentes e impulsa la conformación de instituciones locales autónomas para la concepción de soluciones técnicas culturalmente aceptables. Luego de su exitosa experiencia en Orangi, asentamiento de un millón de refugiados de orígenes diversos y cercano a la ciudad de Karachi, Akhter Hameed Khan apuesta por el desarrollo de las facultades de los pueblos involucrados, promover sus propias iniciativas, fortalecer la confianza en sus habilidades y destrezas, y aprovechar sus fortalezas y capacidad de supervivencia. Para ello, más que aconsejar y dirigir, Khan propone convivir con ellos, observar, comprender y aprender, para luego enseñar, facilitar herramientas y explotar sus propias capacidades: “Gradually, I learned what sorts of people were living in Orangi, what their problems were, what was being done for them and what they were doing for themselves” (Khan, 1997: 27), “peoples themselves should be prepared to pay for what they want” (Kahn, 1997: 27).
En tercer lugar, Lefeber (2008) reconoce la importancia de ambos mercados y de las políticas de promoción de exportaciones para generar divisas, financiar las importaciones y cumplir con las obligaciones externas. Sin embargo, un mercado libre y desregulado, las exportaciones a ultranza y la inversión extranjera per se, no garantizan un desarrollo democrático, ni beneficios automáticos para los pobres, ni la reducción de desigualdades sociales y económicas existentes (Lefeber, 2008). Al respecto, según los indicadores sobre desarrollo de banco mundial en 1997, la tasa de crecimiento anual de la agricultura fue del 4,4% entre 1980 y 1990, y del 2,5% entre 1990 y 1995, con un índice de desigualdad de 46,6% en 1994, y una participación en el consumo del 10% más bajo de la población de apenas el 2,3% y del quintil más bajo del 5,4% del total nacional (Banco Mundial, 1997, tabla 5. En Lefeber, 2008).
En cuarto lugar, acerca del frenesí reformista en América Latina, esta es la historia de las eternas refundaciones y recomenzares frustrados en busca del milagro decisivo, donde es imposible progresar con instituciones frágiles y realidades rurales poco productivas y socialmente no integradas, ante la imposibilidad de estructurar combinaciones nacionales en materia política, cultural, comportamientos colectivos y circunstancias externas, además de mercados y competencia e innovación tecnológica. Con el afán de encontrar “una ruta para la gobernabilidad” (Mejía, 2002: XXIV), el Ecuador ha incursionado durante décadas en una serie de reformas políticas con miras a fortalecer los partidos políticos, mejorar los vínculos entre estos y sus representados y facilitar la labor del ejecutivo mediante la formación de mayorías afines al gobierno que viabilicen la gobernabilidad democrática (Mejía, 2002). Con esta misma preocupación, Echeverría propone un modelo de sistema político moderno, funcional y democrático, con procedimientos claros y universalmente igualitarios con miras a decisiones políticas eficientes, atención de las demandas sociales, y representación de la pluralidad social (Andrade, 2009).  Sin embargo, la carencia de representación terminó expandiendo fenómenos como el clientelismo y populismo o personalismo y la ilegitimidad del régimen democrático (Andrade, 2009), con la implementación de un ensamblaje institucional que renovó la tradición liberal de neutralización del sistema político (Andrade, 2009). 
Autores como Marco Córdoba (2011), se refieren también a la institucionalidad flexible y frenesí reformista que contradice los preceptos básicos de la representación con todas sus repercusiones en materia de gobernabilidad democrática.
En quinto lugar, para Liisa North (1985) el auge bananero de la costa benefició a muy pocos, especialmente a empresas exportadoras que sentaron las bases para un “embrionario sector oligopólico” (North, 1985: 427) compuesto por “diez imperios empresarios” (North, 1985: 427) (años sesenta) que dominaban el sector comercial (importación-exportación), financiero y manufacturero, mediante alianzas familiares o directorios cruzados (North, 1985). Este poder económico garantizó el acceso a los principales centros de poder y decisión política lo cual orientó las políticas públicas en beneficio propio. Proveniente de esta elite se realizan grandes inversiones industriales y otras inversiones dirigidas a diversos sectores con miras a incentivar las exportaciones, impulsadas o facilitadas a su vez por la Ley de Promoción Industrial auspiciada por el Estado (North, 1985).
Esta clase dominante y grupos consolidados, mediante alianzas familiares y amistades se internacionalizan abriendo las puertas a empresas internacionales atraídas por los múltiples beneficios e incentivos ofrecidos por el Estado en todos los ámbitos, con graves repercusiones en materia de desigualdad y pobreza. A nivel nacional, los datos revelan una concentración extrema del poder económico, tal como se evidencia en el control de las 1.018 compañías registradas en 1973, cuya mitad pertenecía a cinco personas, y en 1979, en que el “9 por mil personas concentraron el 97% del capital social” (North, 1985: 431). Esta estructura de la propiedad se refleja en la estructura del mercado, siendo el sector exportador la principal actividad, y una producción diversificada de bienes sofisticados para una minoría con patrones de consumo eurocéntrico, propio de las sociedades capitalistas avanzadas. Para la clase económica dominante, el poder de compra limitado de las mayorías no es atractivo de inversión, y no relacionan la expansión del mercado con el incremento del consumo popular vía medidas redistributivas, considerándolo más bien como “una amenaza para la inversión y el crecimiento económico” (North, 1985: 432).
En resumen, América Latina ha quedado entrampada con instituciones enfermas y agriculturas arcaicas: herencia de estructuras agrarias premodernas importadas de Europa, oligarquías agrarias poderosas, estructuras productivas técnicamente modernas y socialmente primitivas, falta de ideas y voluntad política, distribución de tierras marginales (muchas veces improductivas) para comprar paz social, entre otros (Pipitone, 2001). Todo lo contrario a la experiencia de Holanda, con una democracia rural independiente libre de aristocracia terrateniente y solidas redes de cooperación. O el ejemplo de Inglaterra,  con una aristocracia terrateniente emprendedora con alto entusiasmo rural que mejora la organización y técnicas para una producción de autoconsumo e intercambio, todo lo cual favorecerá las transformaciones de la Revolución Industrial en el siglo XVIII, un mercado interno en crecimiento  y materias primas a bajos costos con una red de caminos al servicio de la Revolución Industrial (Pipitone, 2001). O el ejemplo de Dinamarca y los grandes cambios de fines del siglo XVIII, con la Gran Comisión Rural, la abolición de la servidumbre en 1788 y la conversión de tierras comunes en propiedad privada (Pipitone, 2001). En 1890 ya existían 700 cooperativas lecheras (ganadería privada más cooperativas industriales para elaboración de mantequilla) que procesaban 90% de la producción lechera nacional. A inicios del siglo XX Dinamarca se convertía en uno de los países con mayor bienestar rural y encuentra un camino al desarrollo económico general vía la transformación rural (Pipitone, 2001). O el caso de Japón, donde la reforma agraria entrega las tierras a los antiguos trabajadores semiserviles mientras se crean escuelas de extensión agraria y estaciones experimentales y se castiga la propiedad rentista de la tierra a través del sistema fiscal. La agricultura en acelerado crecimiento contribuye entonces a una industrialización incipiente con las entradas tributarias y “entre 1875 y 1915 la producción agrícola se incrementa en un 80% mientras la productividad por hectárea lo hace en 53%” (Pipitone, 2001: 91). Así, la agricultura se convierte en fuente de financiamiento y de mano de obra con capacidad adquisitiva para la explosión industrial posterior (Pipitone, 2001).  De igual manera, en la república de Corea, entre 1929 y 1952 el país experimenta una reforma agraria radical que expropia a todos los propietarios con más de tres hectáreas. El carácter no oligárquicos de los gobiernos, los elevados márgenes de legitimidad del Estado y una administración pública relativamente eficaz y poco corrupta permitirán afectar los intereses agrarios poderosos, con transformaciones exitosas que aumentarán la producción y productividad y mejora sustantiva de las condiciones de vida de la población rural (Pipitone, 2001).
ANALISIS Y CONCLUSIONES
La dependencia externa del Ecuador, la fragilidad institucional, la debilidad del Estado, la organización de la producción y la organización social son elementos indispensables para comprender los resultados obtenidos con el modelo de industrialización aplicado en el país a raíz de la crisis del modelo agroexportador a comienzos de los años sesenta y la crisis posterior de los años ochenta y sus repercusiones.
Las estructuras agrarias en América latina y Ecuador han sido determinantes del sistema productivo y de toda la organización social (Furtado, 1979). Las economías cuyo punto de partida fue una agricultura de exportación han sido especialmente determinantes  como elemento básico constitutivo de la organización social. Con la prevalencia del principio de que las tierras pertenecen a aquellos que disponen de medios para explotarlas y generar excedentes, la concentración de la propiedad agrícola se ha mantenido y numerosos intentos de reforma han fracasado.
Hasta época reciente, la estructura agraria de los países latinoamericanos era relativamente uniforme. Algunas reformas, pese a haber destruido el latifundio como institución básica de la estructura agraria, no siempre modificaron de modo significativo los niveles de ingreso ni las condiciones de vida de la masa de población rural. Lo anterior cobra una importancia especial en Ecuador, pues la distribución de la propiedad y la forma en que se reparte el producto social o ingreso nacional  entre los miembros de la comunidad constituye uno de los rasgos más importantes de la estructura económica. En efecto, la estructura de la propiedad y del ingreso condiciona la generación de empleos, la estructura de la demanda y, en definitiva, la naturaleza y dimensiones del mercado interno. En Ecuador, por tanto, la existencia de un excedente estructural de mano de obra constituye el factor inmediatamente visible de la elevada concentración del ingreso y de la discontinuidad de la demanda que se observa desde hace más de ciento cincuenta años, desde el auge cacaotero hasta nuestros días, en que el desempleo y subempleo continúan siendo uno de los principales dolores de cabeza del gobierno del Presidente Correa en la segunda década del siglo XXI.
Precisamente, estas características de la propiedad y la no absorción del excedente de mano de obra se ha mantenido a pesar del crecimiento industrial y proceso de acumulación de capital derivado de la industrialización y otras actividades productivas orientadas hacia los mercados de exportación  (camarón, flores, vegetales, etc.), donde el pleno empleo no ha estado dentro de las prioridades de las elites empresariales y los niveles de ocupación han evolucionado en función del mercado internacional y las economías centrales.
En cuanto a la inversión pública, cuyo financiamiento proviene de la colectividad de manera directa (impuestos) o indirecta (petróleo), por la misma debilidad institucional y penetración del Estado por los poderes económicos, ha sido realizada en función de los requerimientos de la producción e intereses dominantes de la inversión privada, reproduciendo o agudizando aún más el desempleo y subempleo, la concentración de la propiedad y del ingreso. Todo esto, sin un acoplamiento adecuado de los objetivos estatales y privados en función del desarrollo económico y social.
La caída de los precios del banano y la reducción de las exportaciones de café y cacao a fines de los años cincuenta e inicios de los años sesenta en Ecuador se produce en forma simultánea con la victoria del movimiento revolucionario cubano iniciado en Sierra Maestra. Los Estados Unidos formularían y presionarían por nuevas estrategias y  reformas para el desarrollo en América latina, y por supuesto, también en Ecuador. “Sobre la base de la carta de Punta del Este (firmada en Montevideo en 1961 por los Estados de la OEA)” (Deler, 2007: 352), surge un nuevo contexto y compromiso internacional bajo la influencia del capitalismo internacional y empresas transnacionales:
este nuevo contexto internacional surgía cuando la evolución del capitalismo en las metrópolis económicas, caracterizado por el desarrollo de grandes firmas transnacionales, exigía un nuevo despliegue de sus capacidades de inversión; de ahí el interés puesto por estas grandes firmas en el sector industrial de los países dependientes, para aprovechar en ellos el bajo costo de la mano de obra y transferirles las metodologías obsoletas de las metrópolis. El nuevo modelo ‘recomendado’ por el gran vecino del norte pretendía así, hacer de la industrialización el eje esencial del desarrollo económico nacional, sobre la base de una apertura sistemática del país al flujo de inversiones privadas extranjeras y de créditos internacionales”.
“Este modelo de desarrollo, conocido con el nombre de desarrollista, implicaba cierto número de transformaciones internas, destinadas a asegurar una ampliación del mercado nacional, conviene mencionar: la política de desarrollo de la red vial, que permitiera una mejor integración interregional, una penetración más rápida de la economía monetaria y una movilidad más grande de la fuerza de trabajo, así como los proyectos de reforma agraria, emprendidos en 1963 y 1973 y destinados a mejorar la productividad agrícola, desarrollar el grupo asalariado en los campos y operar una redistribución de la propiedad de la tierra y de los ingresos, luchando contra las propiedades de baja productividad y tratando de asegurar una mejor integración de la pequeña propiedad a la economía nacional” (Deler, 2007: 352-353).
La Ley de Reforma Agraria de 1964 constituye una tibia medida ante las reivindicaciones campesinas y exigencias del exterior, como la Alianza para el Progreso, y es impulsada por una burocracia estatal reformista y una minoría terrateniente modernizante (North, 1985). Con la Ley de Reforma Agraria de 1973, ambas decretadas por gobiernos militares, se activó la oposición a las reformas por parte de grupos reaccionarios de la sierra y costa del Ecuador, representados en el Consejo Ejecutivo del Instituto de Reforma Agraria y Colonización (IERAC), ocupando a veces cargos directamente en el gobierno, en el Ministerio de Agricultura, lo que permitió introducir reformas a conveniencia, que eximían de afectación a empresas agrícolas explotadas eficientemente, eliminando normativa relacionada al tamaño de las explotaciones, y otras medidas impulsadas por las elites agrarias desde el Banco Nacional de Fomento, la Comisión Nacional de Valores, el Consejo Superior de Agricultura y la Iglesia Católica, entre otros, lo que impidió la realización de los objetivos propios de una reforma agraria  (North, 1985).
En definitiva, nunca estuvo amenazada la monopolización de las tierras, no se redujo la desigualdad social y la pobreza en el campo (Cimadamore, 2007, 2008, y Cimadamore y Sejenovich 2010), no hubo cambios en la estructura de la propiedad, ni cambios en la estructura del ingreso (Naranjo Chiriboga. 2007), ni un gran desarrollo del mercado interno, aunque sí se vio modernización de la producción vía empresas agrícolas modernas, muchas de ellas orientadas hacia mercados de exportación.
A pesar de la profesionalización y tecnificación de la burocracia y la diversificación y desarrollo del aparato estatal e incremento de su autonomía durante el auge petrolero, el estado ecuatoriano estuvo al servicio de las élites, con una autonomía severamente limitada, de ahí los magros resultados de la Ley de 1973. El poder de los grupos terratenientes llegó incluso a boicotear la acción del gobierno y acusarlo de “totalitario y con simpatías comunistas” (North, 1985: 440), por lo que a inicios de los ochenta habían mejorado su poder económico y su poder político, apoyados en su lucha por los grupos industriales de exportación que no tenían interés en el incremento de la capacidad adquisitiva de los niveles populares, ni en el desarrollo del mercado interno, pues la escasa producción local se orientaba hacia los grupos de ingresos medios y altos, todo esto reforzado y alentado por el proceso de integración andino que promovía el intercambio comercial entre países miembros y las políticas impulsadas durante el gobierno del presidente Febres Cordero de apoyo incondicional hacia los grupos empresariales, especialmente banqueros y exportadores.
Los dos gobiernos militares promocionaron reformas para la industrialización y modernización de la agricultura, pero no tenían una base de apoyo político en la sociedad civil y difícilmente podían ser implementadas. Fueron gobiernos militares con amplias facultades reales, pero políticamente débiles, sin respaldo de la sociedad civil. La aplicación del modelo desarrollista había implicado un desarrollo importante del aparato estatal especializado en la planificación nacional, regional y sectorial, así como sistemas nacionales de proyectos para la debida implementación de los planes de inversión. La ampliación de las facultades del Estado llegó a niveles del financiamiento de estudios de proyectos para el sector privado (el Fondo Nacional de Inversión, FONAPRE) y estímulos para la inversión (Comisión Nacional de Valores), sin embargo, ni el Estado, ni la expansión del sector manufacturero ni el impulso al proceso de industrialización sustitutiva de importaciones lograron configurar un eje conductor de la economía nacional ya que:
“Por el entrelazamiento de intereses entre las fracciones oligárquica e industrial de la clase dominante, lo cierto es que la industrialización en curso parece haber eludido una confrontación directa con la estructura agraria prevaleciente y de hecho con la actual estructura de dependencia de la que, en buena medida, es su resultado y su más genuina expresión” (Moncayo, 1977: 43)
            Todas las medidas fueron bloqueadas y rechazadas por las clases dominantes de ahí la existencia de una estructura industrial distorsionada: uso intensivo de capital, uso de tecnología inapropiada, dependencia de importaciones (ECASA y DUREX, por ejemplo), excesiva capacidad instalada (ECASA es un caso típico, de ahí el colapso de dicha empresa a inicios de los años ochenta) y escasa generación de empleo. En la producción de electrodomésticos (línea blanca), por ejemplo, el porcentaje de mano de obra directa por artefacto representaba apenas alrededor de un diez por ciento sobre el costo total (según datos de 1982), mientras tanto, solo la lámina de acero importada de Mitsui o Mitsubishi de Japón representaba alrededor del cuarenta por ciento.
Por las políticas de gobierno de los años setenta y ochenta, sin generación intensiva de empleo “El 40% de la población urbana vivía bajo la línea de pobreza” (North, 1985: 445), y sin generación neta de divisas se produjo y agrandó la brecha externa, y por los subsidios excesivos y deuda externa se agrandó la brecha fiscal (Araujo, 1998).
A partir de 1979 en adelante, Ecuador sobrevive entre pugnas por el poder, la penetración y control del estado por grupos económicamente poderosos y el círculo vicioso de la burocracia que contamina la administración pública y partidos políticos. Al respecto, debatiendo con las tesis de Simón Pachano y Julio Echeverría, Pablo Andrade Andrade comenta lo siguiente:
 “el sistema político ecuatoriano contemporáneo emergió a partir de la diferenciación, a fines del periodo nacional-popular, entre dos tendencias de la modernización, a saber: la racionalización y extensión del Estado y, por otra parte, la formación de una opinión pública y de fuerzas que presionaban por poner límites al poder estatal (Andrade, 2009: 135).
No queda duda que fue esta última tendencia la que predominó durante las dos últimas décadas del siglo XX, con un modelo neoliberal que  privilegia el interés individual, pero generoso con los grupos de poder económico, sumergido en crisis económicas, políticas y sociales, una mayor polarización de la riqueza y del ingreso a nivel nacional y global, bajo estructuras de mercado (nacional e internacional) anárquicas. En consecuencia, en Ecuador y América Latina la tecnología y la productividad se encuentran a la saga de las economías centrales, acentuando la dependencia, ligando los periodos de auge y crisis a fenómenos naturales o de agotamiento o abundancia de recursos y evolución de los precios en el mercado mundial y tal como lo denuncia Pipitone, “mientras la producción agrícola crecía en América latina 2%, en Asia oriental lo hacía a un ritmo dos veces mayor. Y el crecimiento industrial fue allá más de tres veces superior al de estas partes del mundo” (Pipitone, 2001: 94).
Por la irracionalidad del modelo actual, la presión sobre el ecosistema, y un sistema internacional anárquico:
“Se hace visible así la necesidad imperiosa de emprender un desarrollo diferente, basado sobre un uso racional de los recursos naturales y sociales, que promueva una producción sustentable, un consumo equitativo y el uso de tecnologías que limiten los efectos humanos sobre la naturaleza y el clima” (Cimadamore y Sejenovich, 2010: +16).
En esta misma línea de reflexión, Carlos Larrea (2006, 2012) propone una sociedad equitativa con sustentabilidad ambiental, aprovechando las características casi exclusivas del Ecuador en el contexto internacional: Desarrollo del ecoturismo, conformación de clústers en el sector del turismo y valoración de la biodiversidad. Esta propuesta compagina con el séptimo objetivo de desarrollo del milenio que busca garantizar la sostenibilidad del medio ambiente modificando patrones de producción y consumo, pues son los más pobres quienes sufren la degradación ambiental, la carencia de recursos, la degradación de suelos y la desertificación (Naciones Unidas, 2012).
Cualquier cambio en el modelo de desarrollo debe superar el concepto y visiones convencionales de los principios lineales del proceso de desarrollo o aquellos que lo vinculan exclusivamente al crecimiento económico, sin redistribución del ingreso nacional y generación de una demanda sustentada en inversiones y generación de valor agregado. Estos antiguos paradigmas y las políticas públicas derivadas han generado cambios y resultados favorables pero también limitaciones y consecuencias sociales negativas, en perjuicio de los estratos más pobres de la población ecuatoriana y latinoamericana, y además, una fuerte dependencia y creciente vulnerabilidad ante las fluctuaciones de precios en el mercado internacional, especialmente de los commodities. 
El crecimiento y la diversificación de la producción y exportaciones hasta los años setenta son incuestionables y las mejoras en las condiciones de vida se reflejan en los niveles de ingreso, edad promedio de vida y mortalidad infantil, analfabetismo y servicios públicos. Sin embargo, tal como lo reconoce el propio Fander Falconí (2013), fuertemente vinculado al socialismo del siglo XXI y al Movimiento Alianza País, existe un déficit de equidad social, mejoramiento de la calidad de vida y sustentabilidad.
            En efecto, los frutos del crecimiento no se han repartido equitativamente y la inequidad social internacional a más de mantenerse tiende a aumentar, pues,  la brecha en los ingresos por habitante entre países del mundo según el coeficiente de Gini tiende a aumentar. Para Heston, Summers y Aten (2012)  este ha crecido de 0,51 en 1960 a 0,57 en 2000, para descender levemente a 0,55 en 2009.  El incremento de la inequidad social es mucho más fuerte, ya que el 10% más rico del mundo en el año 2000 percibe el 54% del ingreso mundial, y el 20% más rico acapara el 74%, con el 52% de la población del mundo en condiciones de pobreza y un ingreso por habitante por día de apenas US$ 2,50 o menos (Banco Mundial, 2013a).
Sin embargo, llama inmediatamente la atención que el ingreso per cápita mundial supera alrededor de diez veces la línea de pobreza, y, tal como lo afirma Carlos Larrea (2012), todo se reduce a una injusta redistribución de la riqueza pues la producción mundial podría eliminar la pobreza en el mundo bajo otros parámetros de distribución. Bajo tales condiciones, no puede existir una relación causal entre crecimiento económico y mejora en la calidad de vida, debido a la polarización de la propiedad y del ingreso que benefician a un reducido grupo poblacional, y tal como lo manifiesta Stiglitz (2012), el bienestar y calidad de vida no mejora en los últimos cuarenta años.  A todo esto habría que sumar los daños ocasionados por el crecimiento económico indiscriminado (Falconí y Vallejo, 2012), en función exclusiva del afán consumista; el cambio climático, la llegada a limites naturales del planeta, la presión sobre los ecosistemas y la pérdida de la biodiversidad (Larrea, 2012).
La sociedad civil y la comunidad internacional enfrentan un reto de enormes dimensiones, con un Estado debilitado y reducido por la globalización y poder de los grupos corporativos transnacionales. A pesar de ello, abogamos por la democratización de los países y la cooperación internacional como alternativas de salvamento, con gobiernos unificados y coherentes, representando intereses comunitarios con fines de supervivencia, sometidos a  mecanismos de social accountability desde la sociedad civil. En todo caso, ante la pobreza y destrucción ambiental, la democracia inclusiva y la cooperación internacional, más que una opción, se convierten en una necesidad; De ahí el reciente y sorprendente llamado del presidente Barak Obama para combatir el calentamiento global.
Crecimiento económico, democratización de la propiedad y del ingreso, generación de empleos, desarrollo agrícola e industrial articulados, control de los activos productivos y distribución del ingreso, son requisitos indispensables para un desarrollo justo y sostenible que se logran con políticas a largo plazo en materia de educación, salud, tecnología, infraestructura económica y social, protección del medio ambiente, inteligencia de mercado, fortalecimiento institucional, organización de la sociedad civil, desarrollo del mercado interno, aprovechamiento del mercado internacional, formación de capacidades empresariales e impulso al emprendimiento, y esquemas cooperativos para las adquisiciones y comercialización de productos. Para ello, las políticas públicas deben ser  formuladas e implementadas por instituciones políticas sólidas, a cargo de profesionales competentes reclutados bajo criterios de meritocracia, y una gestión de gobierno debidamente controlada desde la sociedad civil (Social Accountability), pero, con la cooperación de la sociedad civil. De lo contrario, se produce lo que originó la crisis en Ecuador y América Latina en los años ochenta (agotamiento del Modelo ISI): Déficit fiscal (brecha fiscal) y déficit externo (brecha externa), inflación, desempleo, micro y macro devaluaciones, deuda externa sobredimensionada, debilidad institucional, corrupción y deterioro de los servicios públicos, especialmente salud y educación, tal como sucedió durante el periodo presidencial de Sixto Durán Ballén (1992-1996). En definitiva, fue el propio pueblo quien soportó el costo de la socialización de la deuda externa y de las políticas neoliberales, lo que culminó con el gran éxodo de ecuatorianos hacia Estados Unidos y Europa.
En la segunda década del siglo XXI, luego de los cambios dramáticos y reducción de los precios de los commodities en el mercado internacional a fines del 2014, Ecuador ingresa a un periodo de contracción económica y predicciones pesimistas hasta el año 2021 según estudios del Fondo Monetario Internacional, decrecimiento del PIB para los próximos 5 años (-2,3% para el 2016 y -2,7% para el 2017), con una deuda sobredimensionada que se mantiene por encima del 35% del PIB hasta el 2021, producción de petróleo comprometida, desempleo y subempleo crecientes, y una clase empresarial marginada que solicita al gobierno más convenios bilaterales de inversión, acceso a mercados del primer mundo, eliminar salvaguardias para reducir costos e incrementar competitividad y proyectos diseñados en conjunto (gobierno-empresarios), para impulsar inversiones privadas que tienden a disminuir en forma alarmante (Diario El Universo, martes 13 de septiembre de 2016, p. 3 & p. 5. Guayaquil, Ecuador).
Con relación al sector agrario, hasta los mismos aliados o simpatizantes del actual gobierno reconocen la marginación del campo y la necesidad urgente de formular políticas que impulsen la producción agrícola y fomento de la  agroindustria (declaraciones del prefecto provincial de la provincia del Guayas, Jimmy Jairala, en el programa de noticias Contacto Directo de Ecuavisa, el día martes 13 de septiembre de 2016).

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[1] El autor del presente documento fue testigo presencial de los acontecimientos económicos, políticos y sociales, durante la crisis de los años ochenta y noventa en el Ecuador, habiendo desempeñado cargos de Gerente Financiero, Gerente General, Vicepresidente Administrativo Financiero y Director Regional de empresas nacionales y transnacionales. De ahí su información y testimonio de primera mano. 

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